20.7.14

no puedo ser escritor (snif, snif)



Fumar es, quizás, uno de los placeres más dignos que mi bolsillo desnutrido aún puede otorgarme. Cuando mi madre descubrió que fumaba casi le da un infarto, yo acababa de cumplir dieciséis y tenía en la boca el sabor de los labios frescos de Berenice, mis primeros converse en los pies y la música de Salón Victoria en mi discman. En aquellos tiempos, mi madre me prohibió volver hacerlo, argumentando que es un problema de adicción severo, que los pulmones se me iban a secar y que, aparentemente, el cigarro hace que uno huela feo.  Yo, como buen kamikaze, por su puesto, no cesé nunca, con la tarea de acabar con lo poco bueno que tengo de vida, porque no le creo, digo que mi madre siempre estuvo mal, digo con toda seguridad que fumar es una costumbre saludable que todo el mundo, o al menos todo aquel que se digne de llamarse artista, escritor, poeta, actor, etcétera, o quiera serlo, debe adoptar ineludiblemente (no incluyo a los músicos, porque para ser músico que se respete, antes que el cigarro se encuentra el alcohol. Un músico no deja de ser músico si no fuma, pero sí deja de serlo cuando es abstemio); porque para llamarse artista, uno debe tomar en cuenta, primordialmente, el hecho de parecerlo. Es decir, yo no puedo llamarme escritor, porque, aunque fume como chimenea, no hablo de Kant, Hegel, Rimbaud, Baudelaire, por nombrar algunos, en cada fiesta en la que me encuentre; No puedo llamarme escritor, porque por más que me esfuerce, no alcanzo ese timbre de voz mamón, que muchos logran al hablar de realismo sucio, mientras cuidan como cancerberos una bolsita llena de canderel ilegal, en el pantalón.

       Para ser un artista, se necesitan años de práctica. No se necesita experiencia o algún talento en específico, basta con un par de gafas, cabello largo, parafrasear artículos relacionados con los conflictos en la franja de Gaza; satanizar la tauromaquia, el fútbol y la música de Arjona; es importante no ir con ropa combinada a algún evento y poner cara de interés en las lecturas de poesía, aunque lo único de interés sea a la poeta de linda voz y cara de intelectual que acaba de dar un discurso (y que por cierto se tira por la borda, queriendo verle las tetas), felicitar a los ponentes y decirles cosas como 'oye, muy bueno todo, felicidades', 'A ver, nos tomemos una foto para el face', 'Tengo ganas de hacer un proyecto, a ver si nos ponemos de acuerdo...' o similares.

        Para ser artista debes escribir, actuar, pintar, bailar, comer y respirar, como al canon le gusta. No puedes decir malas palabras porque entonces el poema se vuelve vulgar y pierde todo sentido de la belleza, porque es el poema el reflejo de lo que el poeta ve y si el poeta ve un panorama lleno de miserias, carencias, injusticias o mierda, no tiene derecho a llamarse poeta, escribir o alcanzar el mínimo de respeto. Es inaceptable.

        En caso de querer ser artista local, defina bien en qué rama le gustaría trascender. Si no cumple con lo antes señalado, comience a practicar, por lo menos una hora diaria, hable de poesía bucólica, cruce las piernas, ponga el dedo pulgar en la barbilla y el indice en la sien mientras encoje los dedos restantes, module su voz, use tecnicismos (entre más complejos, mejor) y haga que las pláticas, sobre todo las de poesía, se extiendan más que la cuaresma. De no cumplir con las recomendaciones anteriores, es probable que pase usted, en el plano cultural, como un completo desconocido.

        Pero no nos perdamos. Como ya había comentado, y volviendo al punto inicial, fumar es un efímero lujo que todavía tengo la oportunidad de pagarme y, desafortunadamente, no aspiro a nada que no sea sustentar mi adicción, no tengo todo lo demás que se necesita para trascender como artista y padezco por no tenerlo. Quizás mi madre fue la culpable de todo esto que sufro. Probablemente, si no me hubiese condicionado el temor de fumar, por el riesgo de que me descubriera y me diera una tunda, sería un escritor; quizás uno no tan bueno, pero escritor, publicado en alguna editorial medianamente reconocida, con aires de intelectual, corte de cabello raro, lentes de pasta, dos perforaciones en la cara, siete tatuajes en la espalda, citando a Nietzche mientras se conversa sobre la política de Beirut o algún otro tópico interesante, que tenga que ver con Alemania, Rusia o, en caso de que nos pille la nostalgia regional, con el pozol de Chiapa de Corzo. En fin, ustedes sabrán comprender.



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