14.11.19

Una sola Ilse en el mundo

Una sola Ilse en el mundo


- ¿Y ella quién es?
- ¿Quién es, quién?
- Hace rato mencionaste a "Ilse" para después hablar de tu salida de la carrera y de los procesos que pasaste después de eso...
- Ella era mi prometida en aquel tiempo
- ¿Y por qué no habíamos platicado sobre ella?...


Entonces me asalta el recuerdo que tengo, me quedo en silencio y antes de hablar sobre Ilse se me comienza a bajar la presión, el aire comienza a faltarme, empiezo a sudar, y no puedo contener el espasmo que sufro justo en la boca del estómago. Así comienza este texto, con una serie de preguntas que me hacía la psicóloga una tarde de hace ya algunos meses y que hoy, por culpa de mi desorganización digital, traigo al presente. Solo había hablado con una persona de eso, hasta ahora. Esta mañana estaba buscando un textito que escribí y que quería editar, y acudí a una memoria usb que tengo desde hace bastante, la busqueda me llevó a una carpeta que contenía un solo archivo y al abrirlo ahí estabas tú, en una imagen de 107 KB. Quedé viendo la foto largo rato, fijamente, y recordé la escena de esa fotografía, el motorola con el que la tomé, dónde y porqué estábamos, y de pronto me asalta la escena frente a la doctora, esa en donde me encuentro vulnerable y pidiendo que abandonemos el tema por la falta de valor para hablar sobre el tema.


Ella era Ilse, era mi novia y la foto la tomamos el día que le propuse matrimonio. Solo me queda esta foto de ella. En aquellos años la distancia con mi familia era abismal y por ende nunca les conté sobre Ilse, porque nunca busqué ni he buscado la aprobación de nadie, así como tampoco busqué la de sus padres. Habíamos decidido hacer una vida, y yo estaba por sacar la ingeniería. Tenía un trabajo asegurado. Ella estudiaba turismo y sus aspiraciones eran grandes. Sabía que mi condición económica no era la mejor, pero siempre me apoyó y mis promedios en la carrera me habían impulsado para algo que figuraba como un buen futuro en una empresa transnacional.


A ella la conocí cuando llegué de colado a su fiesta de cumpleaños, junto con otros cinco amigos, en donde bailé con ella sin saber que era la festejada, y me enseñó a desconocer la soledad una noche de cumplemes, en la que llegué a su casa para ir por Sushi, y descubrí que en su salita ella había transcrito y colgado varios de los poemas y textos cortos que tenía en una libreta vieja y mal tratada de la prepa. Aquella noche me preguntó sobre los textos y el porqué del no haberle dicho sobre eso, respondí con pena que había dejado de escribir desde el día en que mi padre fue a reclamar por un cero en la clase de redacción (en aquellos años no me gustaba hacer las tareas, pero salvaba los semestres con ensayos y exámenes. Para mi desgracia, en aquel parcial ni ensayos ni exámenes tenían validez para la materia); cuando le dijeron el porqué de mis calificaciones, mi viejo pidió, frente a la clase y sin quitar la mirada de furia de mis manos, la libreta en donde llevaba los apuntes de la asignatura. Las vio abrir la mochila, sacar la libreta y cómo le llevaba la libreta. Cuando vio que el contenido, lejos de traer definiciones o ejemplos de modos subjuntivos en tiempo pluscuamperfecto -por decir algo-, era un poema sobre las manos de mi abuela, me arrojó la libreta a la cara, frente a todos y me sacó de clase. Ilse no dejó que terminara la historia, me abrazó y comenzó a llorar. Yo no lloraba por la historia, hasta me parecía chusca porque de algún modo mi padre me había salvado de la literatura en ese tiempo en que ya tenía la ingeniería por terminar, pero ella no me dejó explicarle nada de eso. Me abrazó y me hizo prometerle que si alguna vez quería escribir que lo hiciera. Entonces todo se volvió un hogar con ella, en sus brazos, en su risa.


El último mensaje de texto que recibí de ella fue un “te amo mucho, no veo las horas para tocarte el ass” JAJAJAJAJA. Tenía una forma brutal de hacerme reír. Ella había ido de visita a casa de sus padres para darles la noticia de que nos casaríamos y de lo bien que nos hacíamos el uno al otro. Venía de vuelta a Tuxtla. El plan era que viniéramos a la casa, para dos cosas: presentarla ante mis padres y de madrazo soltarles la noticia del compromiso. Yo no la pude acompañar a su ciudad porque estaba en exámenes finales e insistió en ir sola para decirle a sus padres. La esperé en la parada de camiones de la universidad, ella pasaría por mí, venía en su coche. La cita era a las cuatro, pero no llegó. Sufrió un accidente en carretera, y me enteré de su fallecimiento a las siete, aún en la parada, con un ramo de margaritas que le había comprado. Un camión de la coca cola había impactado de frente contra el coche de Ilse; todo había sido rápido y fulminante. Una voz metálica, con el tono de voz de su mamá llamó desconsoladísima para darme la noticia. Yo solo me senté en la acera de la banqueta y me puse a llorar… lloré, lloré y lloré como nunca, en silencio, como supongo que debería llorar alguien que pierde a su futura esposa. A ella le gustaba mucho decir que yo era un tipo grosero y hasta feo, y que jamás me hubiera hecho caso si no fuera porque la hacía reír y porque siempre había algo por decir entre nosotros. “Eres mi Brad Pitt en gordo y no hay una sola Ilse en el mundo que se resista a eso” decía.


Cuando quise ir a verla su mamá y su papá no me lo permitieron. No me dejaron despedirme. Ahí comenzó el desplome de todo. Salí de la carrera en octavo semestre. Me fui de casa. Tomé, tomé y tomé. Mi depresión se hizo un modus vivendi. El amor de mi vida se había ido y yo no tenía más ganas de nada. Hasta que la escritura reapareció en mi vida y tuve cómo sobrellevar todo eso. Tiempo después me contaron que la enterraron con los dos anillos que le di, uno de juguete, que fue con el que le propuse entregarme a ella por el resto de mi vida, y otro que le compré con lo que había ahorrado de mis becas. Estaba por suicidarme. Nunca me sentí más solo. Comencé a soñar horrible y me abandoné de todo. No quería vivir. Pero la vida es una necedad, y el dolor, después de tanto, pasó de ser una etapa a ser una forma de ver las cosas. Ahora que cuento esto, tengo el recuerdo nítido la tristeza y del pánico que me dio saberme solo.


Dos meses después de su partida, comencé a escribir sobre lo insoportable que es la gente, sobre lo idiota que se volvió el mundo después de que se marchó. Cumplí la promesa que le hice una noche de cumplemes, con dos grandes diferencias: la primera es que no lo hacía en ninguna libreta y la segunda era que lo hacía sin ella abrazándome o diciendo cuánto le había gustado lo que escribía o qué tan poco convincente era. Sin embargo, a grandes rasgos, había un cambio que yo no noté sino hasta años después: escribía sin miedo, sin ganas de gustarle a nadie y eso, poco a poco, se convirtió en todo esto que soy. Existen veces en las que los lectores toman una relación tal vez demasiado cercana con el personaje de mis cuentos, y eso a veces da miedo porque sospecho que a veces no se dan cuenta que muchas de las cosas que se escriben llevan consigo un dolor verdadero que arde en los dedos de quien les escribe.

Ella decía que mi mirada era triste y fuerte, nunca entendí por qué me lo decía, pero cuando me vi por primera vez en el espejo, después de su muerte, supe a lo que se refería, frente a mí encontré a un hombre desconocido, exageradamente solitario y desconocido, no volví a ser el mismo. Después de ella tuve una relación que terminó siendo tortuosa y después ya nada. Hoy me vi al espejo y ya me sé reconocer el rostro, pero sigo con aquella mirada con la que me vi por primera vez desde que supe de su accidente. Vivo con el miedo de perder a quienes amo y eso es irresoluble. Ilse, con su partida, de algún modo me enseñó a ver la vida con nostalgia y eso muchas veces galopa en los cuentos que hago, en mi forma de decirle al mundo “hey, no pasa nada, aún queda gente jodida con sentido del humor”. Esa es la zona que nadie o casi nadie ve. Ese es mi lastre, mi oficio, hoy no traigo una libreta de prepa, hoy es el corazón remendado lo que traigo en las manos y sé que no habrá nadie quien me la pueda arrojar a la cara. Si lo dejo en alguien es porque hay fe y porque entiendo que todos tenemos fantasmas, de algún modo u otro. Decía Cerati "poder decir adiós es crecer" y yo, desde hace bastante tiempo, gracias a ella, ya no le temo al olvido.




No hay comentarios: