Nena

Nena, hoy que estoy partido en dos debo explicarte que extraño eso que somos estando juntos. Estoy harto de querer escucharte en el teléfono y tener que obligarme a escuchar a todos los que no son tú. Nena, ¿volverás un día diciéndome que me odias un poquito, que me extrañaste cómo yo te extraño, que vienes por mis maletas, que iremos juntos de viaje?

Nena, nena, nena... Me arden los pasos que no doy para ir a verte, no sabes cuánto cuesta caminar sin ti haciéndole contrapeso a las pláticas de boulevard. Me angustia no saber si comiste hoy, si te duelen los dientes, si ganaste la batalla diaria en contra de tanta gente que no te ve más allá de la voz. Verás que no te olvido. Verás que sigues siendo esa oración en mi boca atea, que se eleva con alas de cigarra, pide por ti y se pierde entre las nubes de cada noche.

Es tarde y no vienes ¿Debo salir a buscarte para que me busques? ¿Encontrarte para decirte cómo debes encontrarme? ¿Quieres que me vuelva religioso? ¿Me encomiendo a san Judas, al Santo, a Batman, a quién?

Pienso en ti. Pienso en lo que no hay y hace falta. Pienso en la vacante que hay en mis venas, para una botella de whisky rancio. Pienso en las ganas de encontrarte por casualidad. Pienso en las rutas que llevan a ti. Pienso en los semáforos que debo soportar para poder, al fin, verte. Nena, no pienses que pienso demasiado, piensa que pienso lo suficiente para, paso a paso, hacerme de espacio, evitar el cansancio y, por las tardes, acompañarte a comer.

Cuando regreses no volveremos a sufrir lo que todos los textos sufren en algún momento: la falta de cosas por decir. Nena, cuando regreses, estaré listo para olvidarlo todo, incluyéndome. Cuando vuelvas, alborótate el cabello y, pronunciando mi nombre, ponte unas gafas oscuras como las del día en que te fuiste sin despedirte por última vez.