Qué difícil es comenzar a redactar una carta, uno siempre busca la forma correcta de iniciar las cosas. Supongo que así es, siempre, en todos los aspectos de la vida. Me decido a escribirte de este modo -a puño y letra- porque de alguna manera quiero que este papel sane un poco la crisis de ausencia, a la que me someto, por la distancia que hay entre los dos. Cuesta trabajo imaginar que tienes estas hojas en las manos y que todas estas palabras me dejaron atrás, para llegar a este momento.
Debo hacerlo evidente: a veces me da por extrañar nuestras conversaciones. En los momentos más inciertos me descubro pensándote -no sé a qué se deba- pero supongo que es por saberte lejos y con pocas posibilidades de encontrarnos en un café con la frecuencia que quisiera –y que me atrevería a invertir- contigo. Disculparás la impertinencia de escribirte esto, pero encuentro en lo impertinente el refugio para albergar todas estas formas de imaginarnos, viajando por carretera con
rumbo al mar, de ver cómo te pones unas gafas oscuras, o de contemplar lo complejo en algo tan simple como untar ese labial rojo –que tanto me gusta- por tu boca –que me gusta aún más-.
¿Sabes?, hace unas noches noté que produces un efecto extraño en mí, todo lo que planeé decirte en esta carta se viene abajo con suma
facilidad, es tan corto el espacio para escribirte sobre todas las pequeñas cosas que pasan por mi cabeza en este momento. De cierta manera, esta emoción de escribirte hace de los días algo llevadero, algo que no había sentido en mucho tiempo y me hace recordar que hay preguntas que circulan con frecuencia por mi mente ¿nos veremos algún día?, ¿qué nos diremos en esas conversaciones de café, los jueves por la noche?, ¿qué palabras usarás en nuestra primer despedida?, ¿qué hora marcará el reloj cuando te vea por primera vez?
Espero que el día en que recibas esta carta, estés con el ánimo restaurado para poder leer de la mejor manera todas estas líneas. Hace
dos noches me contabas tu situación y me decías que los días eran complicados. Sospecho –y deseo- que todo esté mejor, que estas hojas de papel ayuden un poquito, empujando a tu cara de niña buena, y dejes caer con violencia una sonrisa que dure más de lo acostumbrado. Los días al estilo Tarantino no duran mucho, te lo aseguro.
Querida amiga, pensaba también en las cosas que omito en esta carta. El defecto que siempre tienen todos los textos es el de la falta de cosas para decir, este no es el caso, aquí me sobran; me obligo a escribirte -relativamente- poco, con dos fines –o pretextos, llámales como gustes- básicos: no aburrirte con mis tonterías y decirte las cosas de frente, en caso de salir por ese pinito a la playa, un día. De cualquier modo, pensarlo ya genera cierto nerviosismo, es raro creer en cosas difíciles pensando que puedes lograrlo. Esto me lleva a un pregunta ¿estaré pecando de ingenuidad o sólo estaré poniendo a prueba los límites de la fe?
Sabrás de inmediato, que no se me dan con facilidad los buenos finales. Poner el punto que mate a todos estos párrafos es complicado, se necesita mucha sangre fría para decirte que este texto se muere entre mis dedos –ahora entre tus manos- y no hay mucho que podamos hacer. Vendrán más cartas, si me lo permites.
Quizá las próximas las dirija hacia tus padres, pidiendo el permiso que se requiere para no pasar por alto el hecho de que un desconocido le escriba a su hija, diciéndole todas estas cosas. Amiga, me despido al estilo ruleta rusa: jalo el gatillo y eso es todo, cómo deben ser esos finales que valen la pena.
Quedo de ti, con el cariño que me mereces.
Fabian
PD: Un escritor más experimentado reconocería la línea exacta para dejar una oración que te haga suspirar y te deje con ganas de otra carta, yo soy muy tonto para eso, discúlpame. Te quiero.
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