16.4.14

A la hija que nunca tuve



Le hubiese dicho que la amaba, todas las noches, antes de cantarle canciones de Pescetti. La hubiera llevado al mar o a una biblioteca, que son casi lo mismo, y le habría contado por primera vez lo que es una metáfora. La hubiese vestido y bañado, y arropado con libros en los días de ciudad, para que no se enferme de la gente. Quizá leerle El principito para explicarle paso a paso lo que es la tristeza y enseñarle cómo sobrellevarla cuando hay una canción de Joy Division sonando en la radio.

Decirle, también, que no importa quién es Eva y quién Adán. La manzana la comemos todos y la condena es el amor mismo, cuando se comparte sin malicia. Sobre Dios no le hubiese dicho mucho, esperaría algunos años para poder explicarle lo que es el dadaísmo y, partiendo de eso, hacerle entender que es una de las incongruencias más grandes de todos los tiempos y que si quiere conocer la omnipotencia de la vida, que procure ser feliz hasta el final de sus días.

No me hubiese permitido prestarle importancia a Disney. A la hija que nunca tuve, siempre soñé con contarle que Caperucita se puso a bailar con un lobo mordido por el mago del Siam, que el veneno de la Bella Durmiente no le permitió volver a ver la luz del día y que las Bestias no son, nunca, príncipes de grandes bibliotecas esperando el amor con la promesa de cambiar radicalmente. Le hubiese puesto uno o dos ejemplos para reírnos un rato mientras esperamos la hora de ir a ver una remasterización de Volver al futuro.

Hubiese dado todo por pasar algunas tardes con ella, escuchando a The Cure, a los Smiths, a New Order, a Soda, o sus canciones pop; hablaríamos de los libros que ha leído, sobre el chico que debió gustarle, sobre el cumpleaños de su mejor amiga y cómo hubiese querido pasar ella la fiesta de sus dieciocho. Debería estar envejeciendo con ella y con sus osos de peluche, y en un futuro verla elegir una carrera, verla llorar con el corazón roto, aconsejarla, hacerla de pedo con frases como "Abrígate", "¿A qué hora llegas?", "¿Con quién vas?", "¿Ese es el mentado Julian, del que tanto me hablas? Nomás que no me cante la del terrenal o le rebano la madre en tres", "Enséñame a usar esta chingadera, es mucha tecnología para mí", "Dame el número de la casa de tu amiga, por si acaso". Verte llegar de la mano del hijo de la chingada de Julian, y que ese descarado me pida su bendición para casarse contigo y que yo, estando viejo, queriendo meterle una patada en el culo a ese mequetrefe, me dé cuenta de la mujer en la que te has convertido y tenga que tragarme los celos y aceptar tu felicidad con él.

Debió ser así, hubiese vendido mi alma porque fuese así.

Pero no. Nada de esto será.

No.

Me quedo, a veces, pensando en todas las cosas que debimos pasar, y de pronto despierto para darme cuenta de que sólo tengo este montoncito de ceniza, arrinconado en el tilichero de la tristeza. Pienso en tu nombre guardadito en el anonimato, y pienso también en todas estas cosas que no soy desde que supe que no nacerías. Soy sin ti, un ramo de suposiciones que acaecen en días como este, donde el silencio ocupa tu espacio y la ciudad palpita ruidosamente, allá, a lo lejos.

1 comentario:

Limely dijo...

Sólo sé me viene a la mente dos posibilidades, que la nena no nació porque ocurrió algo en el embarazo o fue por un aborto provocado. Me llegó el sentimiento de no verla crecer, de no verla feliz, ni triste, de no ser. Vengo de oír el podcast. AME BITÁCORA DE VIAJE