26.7.14

Quiero estar a la moda.




Nunca he entendido bien eso de la moda. A mis veinticientos años de edad no alcanzo a recordar un sólo día en el que me haya puesto al día en cuanto a vestimenta, o actitud para pertenecer a algún grupo selecto de gente que comparte la misma afición (tribus urbanas creo que les llaman). En algún momento de mi vida algo debió salir terriblemente mal como para vivir en el eterno desface social de la juventud promedio, algo gravísimo que no me permite alcanzar la plenitud como ente sociable y que me obliga, i-rre-me-dia-ble-men-te, a escribir tonterías por las madrugadas, dignas de gente No Cool.

Asumí, con el paso del tiempo, que probablemente la culpa la tuvo mi reloj despertador, un día de agosto, de cualquier año, en el que me levanté tarde y por las prisas olvidé cerrarme el zipper del pantalón; quizá fue ese día en el que los chicos populares de mi salón por fin me invitaron a jugar pelota y al darse cuenta de mi atroz descuido, las únicas pelotas que hacían revuelo, con bromas de mal gusto, en el salón, eran las mías; quizá fue eso, o quizá fue culpa de las matemáticas que me mantuvieron despierto una noche de septiembre de hace varios años, matemáticas de las que provocan desvelos fieros que le dibujan a uno grandes ojeras, y desarticulan las ganas de dormir en horas decentes de la noche, trayendo consigo grandes dosis de nicotina, alcohol, o hambre (no voy a hablar de las consecuencias de cada una de ellas, porque estaría obligado a hacer un recuento del efecto mariposa, versión Sodoma y Gomorra, en la que se ha convertido mi modus vivendi).

Sin embargo, estoy decidido a hacer las paces con el mundo. He puesto, como propósito de año nuevo, de los últimos cuatro años, un listado de cosas por hacer y en primer lugar, se encuentra: ESTAR A LA MODA.

Como primer opción, para estar a la moda, me compré un celular con cámara que me permita hacer selfies, que después debo publicar en alguna red social. He ahorrado mi quincena para poder comprar una botella de Buchanan's, tomarle foto con el celular y publicarlo en alguna red social. Con la venta de los libros que tenía, he podido sacar un poco de dinero extra, para poder sacar a crédito, con un mínimo enganche, una pantalla de plasma con en el que veo películas románticas, y mientras las veo sacar el celular, tomarle foto, subirla a alguna red social, pero esta vez poniendo un comentario que comience con un 'aquí casual, en casa...'. No es difícil lograrlo, lo verdaderamente difícil es hacerlo sabiendo que uno parece tonto. Mi segunda opción es más coherente: Últimamente se han puesto de moda los aviones que se desploman en Europa y Oriente medio ¡Ah qué fascinante debe ser estar en un avión, volando, y en un instante estar implorando por un día más, sabiendo que que en pocos minutos, uno y los compañeros de vuelo, estarán desperdigados por los suelos, a la espera del forense! Lamentablemente no me gusta viajar en avión y mi bitácora de viaje tiene como paradero recurrente alguna cantina, en la que la única seguridad que uno tiene es la de no morir con una caída que rebase el metro ochenta de altura.

Tal vez la moda, en lo que escribo esto, me ha dejado atrás (otra vez). Con todas las cosas raras que salen día a día, no escatimo riesgos para seguirla y procurar alcanzarla. Quiero creer que vale la pena vivir en el apogeo del consumismo singular y de la crítica a lo diferente; algo debe tener de bueno estar subiendo fotos de antros, acompañado de chicas con minifaldas y plataformas, algo debe de haber en las noches de sábado que hace que la gente tome como poseída, aceptando la resaca de los domingos, o algo deben tener los domingos que hacen la resaca más llevadera. De cualquier modo, estoy decidido a llevar a cabo mi encomienda personal, pero eso sí, hay un punto que debo dejar bien en claro, un punto importantísimo, medular, que deben respetar los dueños de la moda, si quieren que no me vuelva a quedar en el ayer de la popularidad: Que la moda misma nunca atente contra los aburridos, esos seres imperfectos que escriben tonterías en las noches de sábado tras un monitor, a esos que no los toquen, porque de lo contrario no habrían cronistas de la vida que pasa fuera de los antros, en ese lapsus de tiempo en el que la vida se encierra entre cuatro paredes; a esos que no los toquen, porque estarían obligándome a dejar este teclado, a no cumplir con sus exigencias, y a amanecer colgado del árbol más cercano, con treinta monedas de plata tiradas a un lado, reunidas en una bolsita de manta que tenga bordada la oración 'pos me duermo'.



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