En la madrugada, abrió la puerta de la habitación, acarició a sus tres hijos acostados en una cama y los abrazó uno a uno. Sonrió con ternura, y los cubrió con una sábana que apenas alcanzaba para taparlos. Se sentó a un costado de la cama. Encendiendo un cigarro, murmuró 'cuando llegue mamá se va a enojar mucho por haber manchado la sábana y por todo el desastre, evitemonos su enojo', fue a la recámara principal y sacó algo del cajón.
En la calle se celebraba año nuevo y, sólo por esta vez, los cohetes y fuegos artificiales no eran presagio de un recomenzar.
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