¿Cómo se le dice que no a una mujer que llega con un vestido de curvas pronunciadas y escote sincero? Y es que dentro de ese vestido habitaban las faenas bravas de su cuerpo, los sonidos indecentes -salidos a cuentagotas de su respiración tibia- y su ombligo mudo que guarda noches como esa, como una caja de secretos que tiene su llave en el fondo de un río turbulento.
Vino a mí, con una sonrisa amplia, pidiendo fuego para un cigarro que se consumió a la par de los buenos modales. No quiero entrar en detalles, lo juro, pero después de una conversación larga y unos tragos de vodka, nos levantamos de la mesa y sus brazos envolvieron mi cuello y bajo un persigno insípido, me desterré al perímetro que sus manos formaron por encima de mis hombros. Primero puse una mano en su cintura, cerré los ojos con el pretexto de un encuentro ciego, de un simulacro de oscuridad interrumpidas por las luces azules y rojas del bar, al que su vestido me invitaba sin restricciones.
Frente a mí, un cierre frontal, parecido a las vías de un tren que recorría lentamente cada tramo sinuoso de sus senos, cadera y vientre, me avisaba que no había de qué preocuparse. Su vestido azul, como la última luz que vio antes de cerrar los ojos, antes de vernos juntos y agotados, me susurró que yo era el indicado esa noche. Tirando los miedos y haciendo flotar mi torpeza, le dije: "ven, toma mi mano, no tengas miedo. Si no sabes no importa. Puedo guiarte, decirte, tal vez, cómo moverte."
Su sonrisa nerviosa me dijo que no lo hacía a menudo. Me sentí afortunado de tenerla frente a mí. Para no verme como un idiota y romper un poco la tensión, le dije que yo tampoco acostumbraba a hacerlo, no había aprendido a dejarme llevar nunca. Yo que regularmente ocupo las noches para ver películas, escuchar música y todas esas cosas que hacemos los solterones de veintitantos, no estaba preparado para un encuentro como el que tuve con ella. Puse mi mano derecha lentamente en su cintura, mi izquierda encontró una atadura con la mano que ella tenía libre. El ritmo estuvo a mi favor, su sudor poco a poco pobló su cuello, su vientre pegado a mi humanidad fue esa versión terrenal de un paraíso que no se encuentra en ningún mapamundi. Ella se dio la vuelta, dejando ver cómo luce su espalda adornada con las gotas de su sudor o el mío, hoy ya no lo sé, y por su vestido.
Se dio la vuelta nuevamente ¿Será que en algo había fallado? ¿No le agradaba cómo lo estábamos haciendo? no importó, Ese momento, ella, el movimiento, era todo lo que importaba.
"Me pregunto si después de esto, aceptarías salir a tomar un café conmigo. Que esta coincidencia no quede solo en lo efímero de dos personas que se encuentran y llegan a este punto en una noche."
Entonces ella se detuvo un momento y le dije "¡Perdón! ¿Te lastimé? me desconcentré un momento y perdí el ritmo, no era mi intensión" Acerqué su cadera nuevamente "Relájate, eso, así". Su mano izquierda, lo supe en ese instante, se había encariñado de mi hombro "¡No, no la quites! Se siente bien" Ella se mordió el labio inferior sin despegar la vista de mis ojos, se veía preciosa. Pude decirle mil cumplidos toda la noche, pero sé que ella debía estar aburrida de eso. Supe también que en este instante lo único que quería era que siguiéramos en movimiento, ya tendríamos tiempo de platicar esas cursilerías a las que tanto me gusta recurrir con personas cómo ella.
Quién lo diría, ella sabía moverse muy bien. Me atreví a darle un beso, y sonrió. En mi boca quedó el sabor de su aliento, un aliento sincero, sabor a vodka y a humo de cigarro. Ella se había convertido en la imagen del mismísimo Diablo, entre el sudor, la falta de palabras, su vestido azul de antaño, las caricias y el vaivén veloz de su cadera. Comencé a respirar profundo y a cansarme. Ella disminuyó el ritmo, se volvió lento de nuevo "Gracias a Dios, a este paso terminaría fundido con el temor de no haber durado lo suficiente" pensé. Tomé un respiro y entonces lo supimos, había llegado la última parte, esa en la que uno espera lo mejor, en donde los dos damos un último esfuerzo para quedar satisfechos y luego analizar si vale la pena repetir. Sus hombros, su espalda, su cabello, su cintura, sus labios, su vestido sexy, el aire cálido que nos rodeaba, todo parecía una escena en donde dios pudo habernos visto y hubiese dado igual. La velocidad de nuestros cuerpos disminuyó, los dos agitados respiramos hondo, nos vimos como si hubiésemos cometido una travesura. Antes de preguntarle por el café nuevamente, me interrumpió, sugirió que lo hiciéramos otra vez, y cansado, con una sonrisa en el rostro, le dije que estaba bien, que me dejara tomar un respiro antes. Ella sonrió, se acercó lentamente, tomó mi hombro antes de que pudiese sentarme y se preparó para bailar, otra vez.
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