23.6.17

Rotura del día



Ayer, después de un día para el olvido, fui a comer gorditas a Gochinitos, puesto donde siempre llego a parar cada que me siento triste (porque entiendo que los puestos de gorditas son las cantinas de nuestra época). Para mi sorpresa me encontré con Alonso Cuea, quien resultó ser el encargado del local. Al sentarme y pedir, Alonso se acercó y me dió un abrazo. Por supuesto yo me sentí extrañado por el gesto, pues a pesar de los años que tenemos de conocernos, jamás hemos Sido de tratos cercanos ni afectivos; sin embargo agradecí sin decir una palabra por el abrazo tan necesario para ese momento. Tomó asiento frente a mí y me dijo "Todo va a estar bien" la vida es una rutina de baches y es una tontería sentirse derrotado". No supe cómo responder. Supuse que Alonso era una especie de medium y que, leyendo mi mente, decidió abrazarme y decirme las palabras precisas para un momento como aquel.
—Me divorcié, Alonso.
—Lo sé.
—... no he tomado
—también lo sé y sé que te engañaron. Sé que estás estrenando enemigos y que estás más enojado que triste.

¿Cómo carajo lo supo?

—No vengo a llorar ni a hacerme la víctima.
—Lo sé.

Cuando trajeron la comida él comenzó a platicar sobre su trabajo. Ya me había visto llegar, pero nunca se acercó porque le había tocado atender a otras personas. Evidentemente nunca lo había visto. La charla fue amena, hizo que me olvidara un momento de todo ese odio que traía conmigo (los que me conocen saben que soy una persona de pocas palabras, evito expresar mis sentimientos negativos y trato de canalizarlos a toda costa). Terminé de comer pero la duda aún me perseguía ¿Cómo supo todo?

—Alonso, debemos terminar con nuestra amistad. Yo no sabía sobre tus alcances psíquicos pero me asusta y ahorita mi personalidad cobarde no puede almacenar un temor más.

Se lo dije pidiéndole a Dios que Alonso no haya entrado a mi mente cuando hacía un análisis concienzudo y académico sobre las caderas (y las curvas en general) de la profesora de la que siempre estuve enamorado. Porque el desamor es así: viene acompañado de un consuelo, aunque sea efímero, de la mente.

—¿De qué hablas?
—De todo esto. De tu lectura de mentes. Lo de mi esposa no se lo conté a nadie más.
—No es cosa de leer mentes, Fabian.
—¿Cómo le hiciste?
—Es fácil, gordo: cuando estás feliz pides de surtida y costilla, siempre dos. Cuando estás triste pides tres de maciza. Cuando estás enojado pides dos de costilla y una de surtida. Hoy pediste tres de maciza y una de costilla y a todas le pusiste salsa habanera, cebolla curtida y salsa, era claro que estás más derrotado que nunca. No pasa nada, todos tenemos días malos. Si me lo permites te invitaré una de surtida y de costilla la siguiente vez que llegues. No está chido vivir infeliz por la culpa del mundo. Ánimo.

Quedé callado un largo rato, con la comida media masticada aún en la boca. Pedí la cuenta y no me dejó pagarla. Entonces le pedí que nos tomamos una foto para inmortalizar el momento más extraño de mis últimos años. Esto, por supuesto, no lo escribo para causar daños ni para precisar mi malestar. Lo escribo para dejar evidencias de que la comida nos acerca más a las faldas de la paz que el alcohol. Lo escribo desde mi departamento, tomando anís con la esperanza y la certeza de ir a cobrar los alimentos prometidos por Alonso (claro, ojalá tuviesen la oportunidad de probar la salsa habanera de ese lugar. Es la saliva del diablo: deliciosa) por lo pronto salud. Tal vez vaya a verlo en estos días, quizás y solo quizás,un poco menos partido a la mitad.

No hay comentarios: