"...Y luego estás tú, Cecilia, caramelito sibilante, viniendo como el aire a desordenar mi casa, mis libros, mis ánimos de no querer besar a nadie. Yo lo sé: cuántos hombres apuestos no han de querer tus pasos, y yo aquí con mi ramillete de palabras solo espero mi turno para adorarte en silencio, con peligro, con los ojos grandes, como los gatos que adoran la noche..."
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