14.6.19

Abril 23



Ayer por la noche, después de salir del trabajo, tomé un colectivo rumbo a casa de mi familia, iba envergado —No enojado, EN-VER-GA-DO— por ciertos problemas personales y evité a toda costa cualquier tipo de roce hostil con todos durante el día (porque me conozco y a la menor oportunidad se me sale lo Hernández). Justo cuando puse un pie en el colectivo supe que todo había valido madres, y lo supe porque me había puesto una playera de Cannibal Corpse: un predicador, de esos cuarentones de camisita amarilla y pantalón de vestir café, estaba dando una cátedra sobre la palabra del señor, y yo todo puteado, dispuesto a encontrar la paz en los brazos y en las palabras de mi madre, estaba sentenciado a escucharlo tooooooooodo el camino. 
La escena se las describo en chinga: Me siento frente a él, porque no había otro lugar, mientras le decía a dos chicas que iban tomadas de la mano (y que se veían notablemente incómodas por lo que decía el don) que la venida de nuestro señor jesus estaba próxima y que la promiscuidad era algo que Sodoma y Gomorra pagaron con creces, que el lesbianismo y la homosexualidad (aquí me hizo un poco de gracia pero no me inmuté para evitar ser blanco de sus pendejadas), alzando un poco la voz y dando una ojeada por todo el colectivo, es una condición en la que todos los padres tienen la culpa por no enseñarles a sus hijos a orar o acercarlos a dios. Entonces intentó buscarme la mirada, y yo sagazmente la bajé hacia la pantalla del celular. Un silencio. Asumí que había visto la imagen de mi playera (la imagen de un fetito abierto por la mitad por el cuchillo que sostiene el diablo, en un escenario lleno de otros cuerpos y de sangre), el recuerdo que me trajo un amigo que fue a un concierto de los Corpse.
—Miren nada más. Miren nada más lo que les explico: una oveja que pierde el rumbo, es una oveja que dios sabrá encontrar, pero solo si la oveja quiere —dice, mientras yo no aparto la vista del celular, para evitar problemas, pero él prosigue— Joven ¿Usted sabe qué significa la imagen de su playera? —Cuestiona y yo volteo, sabiendo que es inevitable, aunque sea por educación. Lo veo, emperradísimo, y solo le sonrío insipidamente, pero le vale verga y prosigue...— ¿Ven? A eso me refería, estamos malditos por una sociedad que promueve el lesbianismo, el homosexualismo y la falta de fe, personas como estas solo serán salvas si se entregan a nuestro señor.
Mientras decía esto y mientras una señora mucho más grande asentía con la cabeza, hice lo que cualquier ser humano: me emputé.
—Caballero, tuve un mal día, soporté a una cantidad mayor de gente, mucho mayor que la que lo vienen soportando a usted, y no estoy de ánimos. Deje de estar chingando ¿Qué culpa tienen las chicas o yo de sus broncas?
—Yo no tengo ningún problema, pero si para usted lo es, entonces sería bueno que se acercara a la igles...
—Si, bueno, no quiero.
—¿Ya ven?, así se comporta una sociedad perdida, una sociedad por la que debemos orar...
—Señor, ¿y si mejor deja de estar chingando la madre? Deje que cada quién haga de su culo un papalote, usted no preste atención si no le avisan.
Entonces se mete la señora.
—Oiga joven, no sea grosero, el señor viene predicando la palabra, no le está insultando...
—El grosero es el señor, si usted quiere hablar de respeto dígale que deje de andar mamando con sus pendejadas, las chavas vienen sin decir nada y el señor insinúa mil cosas sin saber ni pío. Además no acepto pinches criticas cagadas de alguien a quien en mi chingada vida le pediría un consejo.
El hombre, indignadísimo, voltea a ver a las chicas y les pregunta si las ofendió. Una de ellas responde que sí y que por favor se calle. El señor, voltea a ver a los pasajeros y prosigue...
—¿Ven? A eso me refiero...
Antes de que termine su oración, oprimo el timbre para bajar, no sin antes soltar un "Oooh que la chingada".
Bajo y noto que las chicas bajan también. En el colectivo, que toma rumbo, se va la homilía. Tomo un taxi y llego a casa. Ahí, en la casa de mi hermana y mi cuñado, sentadita viendo la liga de la justicia, está mi mamá. La abrazo y le beso la frente. Me pregunta si ya cené y le respondo que sí, aunque fuese mentira. Cinco minutos después tenía un par de huevitos estrellados frente a mí, compartiendo la cena con mi familia y no encuentro algo más cercano a dios que eso.
Amigos, con esto concluyo, un consejo: háganle un favor al mundo y traten a las personas como se merecen, no como ellas creen que lo merecen. Lo mismo con ustedes. Ser buena onda es gratis, no se pasen de verga.

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