11.4.14

Un vestido azul.


La noche hizo todo lo demás, te lo juro, Marcela.

¿Cómo decirle que no, a un vestido de curvas pronunciadas y escote sincero? Y es que dentro del vestido habitan las faenas bravas de tu cuerpo, los sonidos indecentes -salidos a cuentagotas de su respiración tibia- y tu ombligo mudo, que guarda estas noches cual caja de Pandora.

Viniste a mi, con una sonrisa amplia, pidiendo fuego para un cigarro que se consumió a la par de los buenos modales. Tus brazos arrebatan mi cuello y, bajo un persigno insípido, me someto al destino del perímetro que conservan tus abrazos. Primero pongo una mano en tu cintura, con el pretexto de un encuentro ciego, un simulacro de oscuridad vehemente, a la que su vestido me orilla a estar.

Azul, te va bien. Azul; con un zipper frontal parecido a las vías de un tren que recorre lentamente cada tramo sinuoso de sus senos, cadera y vientre. Azul, como la última luz que vemos antes de cerrar los ojos, antes de procurarnos juntos y agotados.

Lo repito, Marcela, no te miento: La noche hizo todo lo demás.

Ven, toma mi mano, no tengas miedo. Si no sabes no importa. Puedo guiarte, decirte, tal vez, cómo moverte. Tu sonrisa nerviosa me dice que no lo haces a menudo. Me siento afortunado al tenerte frente a mí. 

Para no verme como un imbécil, seré franco: yo tampoco acostumbro esto. Regularmente ocupo las noches para ver películas, escuchar música y todas esas cosas que hacemos los solterones de veintitantos. Voy a poner mi mano derecha aquí, en tu cintura, y tomarte firmemente una mano, con la zurda. Me gusta el ritmo, me gusta el sudor que poco a poco va poblando tu cuello, tu vientre pegado a mi humanidad es esa versión terrenal de un paraíso que no se encuentra en ningún mapamundi. Date la vuelta, déjame ver cómo luce tu espalda adornada con las gotas de sudor y detalladas por ese vestido azul, tapizándola. Ahora entiendo el porqué de no querer deshacerte de él, no importa cuánto tiempo tenga censurando tu desnudez, vale la pena conservarlo para momentos como este.

Te das la vuelta nuevamente ¿no te agrada cómo lo estábamos haciendo?, bueno no hay problema, es este momento lo que importa. 

Me pregunto si después de esto, aceptarías salir a tomar un café conmigo. Que esta coincidencia no quede solo en lo efímero de dos personas que se encuentran y llegan a este punto en una noche. 

¡Perdón! ¿Te lastimé? me desconcentré un momento y perdí el ritmo, no era mi intensión. Acerca tu cadera, relájate, eso, así. Tu mano izquierda parece que se ha encariñado de mi hombro, ¡no, no la quites! Se siente bien. Cuando te muerdes el labio inferior, te ves preciosa. Podría darte mil cumplidos toda la noche, pero sé que has de estar aburrida de eso, que en este momento lo único que te preocupa es que sigamos en movimiento, ya tendremos tiempo de platicar esas cursilerías a las que tanto me gusta recurrir con personas cómo tú. 

Quién lo diría, sabes moverte muy bien. Me atrevo a darte un beso, y te sonríes. En mi boca queda el sabor de tu aliento, un aliento sincero, sabor a vodka y a humo de cigarro. Te estás convirtiendo en la imagen del mismísimo Diablo, entre el sudor, la falta de palabras, tu vestido azul de antaño, caricias y el vaivén veloz de tu cadera. Vas respirando profundo y empiezo a cansarme. Disminuyes el ritmo. Comienza a hacerse lento de nuevo, gracias a Dios, a este paso terminaría fundido con el temor de no haber durado lo suficiente. 

Viene la última parte, esa en la que uno espera lo mejor, en donde los dos damos un último esfuerzo para quedar satisfechos y luego analizar si vale la pena repetir. Tus hombros, tu espalda, tu cabello, tu cintura, tus labios, tu condenadamente sexy vestido, todo parece escribirle, en manuscrita, mi nombre al aire cálido que nos rodea.

Termina la celeridad de nuestros cuerpos, los dos respiramos hondo, nos vemos como si hubiésemos cometido una travesura. Antes de preguntarte por el café me interrumpes, sugieres que lo hagamos otra vez y cansado, con una sonrisa en el rostro, te digo: 'está bien, solo déjame tomar un respiro antes'. Sonríes, te acercas, tomas mi hombro antes de sentarme y te preparas para bailar, otra vez.





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