27.12.16

Carta a Claudia desde una servilleta



Hoy que ando caviloso y distraído puedo darme el lujo de declararle mi amor a Claudia, después de tantos años de abandonar la niñez. Empiezo de esta forma porque Los Acosta suenan en la radio y no hay manera de no sentirme nostálgico cuando suena aquella que dice "...en esa banca esperaré todas las tardes, mi amor...", sostengo que es por romántico y porque es de caballeros honrar la memoria de los primeros amores a la mínima oportunidad. Que quede asentado, en acta firmada ante notario, que no creo estar borracho ni he fumado cosas raras.


Hoy que las cosas no han salido bien he decidido escribirte lo que de niño nunca pude, con la misma timidez con la que sale un pedo de ancianita en confesionario: que te quise quedito, que nadie en el salón tenía el derecho de saber sobre mis suspiros, y que tus pecas eran el mensaje en código morse que siempre repetía una canción que decía no sé qué cosa y que quería cantar. Ya ves que no hay sombra que cubra a uno del sol mientras va cayendo la tarde, y no hay palabras que no salgan cuando un cínico se pone a hablar. Ahí eras tú, desde el silencio, el pretexto de todos los lunes para comenzar a maldecir los domingos por no acabar.

Hoy aprendí algo, Clau, las cosas siempre pueden salir peor de lo que te imaginas: un día estás deambulando por cualquier avenida, y al siguiente ya hay una declaración tardía de amor para ti, nutriendo un librito de título evidente. No te asustes, el mundo ya se ha acabado demasiadas veces, con cosas peores. No te alarmes, ya estás grande como para recibir este tipo de cartas y estás lo suficientemente linda como para saber sobrellevar estas cosas.

Clau, ya no soy un niño y las paletas las he cambiado por cigarritos de dudosa procedencia, no me juzgues por decírtelo hasta hoy, ni creas que es una patología oscura que esconde planes ilícitos. Solo soy un hombrecito escribiendo cartitas, en caso de que un carrito pase sus llantitas encima de mi cabecita, en esta ciudad repleta de idiotitas tras los volantitos o jugando a los charritos cayéndose de los caballitos.

Me voy, Clau, se ha terminado el espacio en esta servilleta, me despido huyendo. Los Acosta ya dejaron de sonar y ahora suena "Te voy a enseñar a querer". Evitemos tragedias: no vaya a ser que vuelva a enamorarme de ti, por culpa de la pinche Manoella Torres. Ya ves que no te miento, Clau, las cosas siempre, SIEMPRE pueden empeorar.

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