Se sube una familia al colectivo en el que voy, una ruta de barrio bajo. El niño más pequeño trae consigo una pistola de juguete y sube casi gritando: "Hogar, dulce hogar". Cuatro personas más observamos la escena con una sonrisa, tal vez con la complicidad de la nostalgia, pero no logramos la risa o una carcajada mínima. Muy en el fondo sabemos cuál es el futuro que le construye con paciencia la vida, al pequeño pistolero de la ruta noventa.
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