23.1.23

 El nuevo inquilino se armó una peda monumental hace cuatro días y repitió 14 veces Guadalajara. El pinche mariachi de Tecalitlán era la orquesta de ese Titanic que fue mi vecino, y que se hundió entre gritos muy mexicanos y cerveza Sol, a eso de las dos de la mañana. Por un momento creí que mi vecino era algún migrante deportado, y que su festejo era por haber vuelto a su país o yo que sé. Traté de encontrar la manera de justificar su peda patriótica en abril o de inventarme sus razones.

Hoy el mismo vecino me despertó a las siete de la mañana, cantando con dolor profundísimo Las Nieves de Enero, en voz de Chalino. Siguió, entre aplausos y risas con Suavemente, de Elvis Crespo, y ahora está cantando una mamada que habla de balas, viejones, fierros, gente encapuchada y parientes al millón. Canta, aplaude y hasta llora, sentado afuera de su departamento, en pleno pasillo, con su Cervecita fea en la mano y su torso desnudo. Lo veo sufrir y no sé si bebe por gusto o por inercia, no sé si sus ojitos vidriosos y negros son reflejo de un dolor que le ha provocado las lágrimas o son la consecuencia de haber inhalado cristal. Los vecinos lo saludan y el solo responde diciendo Salud. Eran las siete de la mañana y, aunque comprendo que el vecino sufre como un animal herido de la pata, mis ojeras y emputamiento me hicieron comprender que la eutanasia debe ser un derecho humano, que su costo no debe rebasar lo que vale un cartón de cervezas culeras y que la duración del trámite no debería tardar más de lo que dura una canción del Grupo Firme. Buenos días.

confesión

 Fumé un pipazo antes de subir al colectivo. El no pensar en las consecuencias me tiene al filo de la vergüenza: La pipa viene bien hedionda y mis "buenas noches" a las dos de la tarde, al subir al colectivo, son delatores de mi pasado aún humeante y oloroso.

Señor todo poderoso aquí estamos de nuevo, frente a frente, viéndonos fijamente a los ojos. Dios y el hombre, en una ruta 91.

 — Fabian ¿Alguna vez has tirado un piropo?

— Sí, la última vez me prendieron una putiza y me metieron a la cárcel.
— ¿Qué dijiste?
— Algo así como "Pinches pezones mulatos, hermosos y gigantes, los que has de tener ¿Eh? se ve que los becerros se alimentan chingonamente de esas tremendas ubres. Nomás cuida que no las vayan a malgastar porque luego no sirven ni para taco"
— Eres un pinche naco, te lo merecías ¿Y qué te dijo la chava?
¿Cuál chava? Se lo dije al ministerial que me detuvo solo por ser moreno y andar en fachas por la avenida, de noche. Me dijo que parecía malandro y yo, un poco encabronado, le dije que parecía una puta vaca.
— ...
— ¿Qué?

 Hoy acudí a un centro de trabajo para hacer una verificación. Antes de entrar al domicilio saludé a un señor viejo, moreno y con un par de brazos que hacían juego con lo que estaba haciendo: un muro que convertiría el patio en garage, el del centro de trabajo. Sus tatuajes tenían esa estética que le advierten a uno no hacer alguna pendejada.

Al entrar hice las preguntas de cajón al dueño de la empresa y cuando pregunté su nombre algo pasó en mí, no sé describirlo:en el momento en el que terminé de escuchar la última sílaba de "Soy Larry Gastón Niño Prieto", mi mente ya había maquilado treinta y siete perras formas de joderle la vida. Este cabrón debe ser mi amigo, Larrysa que me cargaría todo el tiempo, pensé, y entonces no pude contenerme, me cagué un poquito de la-risa, un microsegundo. Ante la interrupción, fingí que fue un estornudo, no sé si me creyeron, pero tuve que salir sin perder la compostura. A las afueras del domicilio me puse a tomar unas fotografías y me encontré con el albañil de la puerta, que estaba, al parecer, en un descanso breve. Nos saludamos y tuve la conversación más corta que he tenido en años.
— Buenas tardes ¿Ya casi queda?
— Sí, ahí va quedando. Ya le falta poquito, nomás que está cabrón el sol. Ranulfo, mucho gusto...
—... mucho gusto, soy Fabian...
—... sí jode el solecito, qué más quisiera que estar viendo el partido del Messi con una mi caguamita pero ni modo, hay que darle, aunque sea bajo el sol. Si de por sí está uno feo...
—Ánimo Ranulfo, aguanta a que baje un poquito más el calor. Y no creas, allá adentro me encontré a un cabrón que se llama Larry Gastón y ya mejor no de platico de sus apellidos. Eso está feo. A ese pelado le sacaron la tarjeta roja, antes de empezar esta final de Champions League, llamada vida.
Algo brilló en sus ojos, y pude notar que las venas de sus potentes brazos se hincharon. Ese es mi hijo, dijo serio y en un tono que olía a mínimo dos chingadazos. No dije nada. Me levanté, me sacudí el pantalón y con una reverencia entré al domicilio a concluir mi visita y retirarme.
En el camino a casa, escuché por la radio que el Real Madrid le pegó una putiza al PSG. Qué bueno, pensé, perdió Messi. Pinche Ranulfo mamón, la caga, pensé. Y ya mejor no dije palabra alguna por el resto de la pinche tarde.

Dos cosas


— Oye cabrón ¿Alguna vez le pusiste nombre a tu pene?
— ¿Nombre?
— Sí, tu sabes. Esas cosas de secundaria que haces porque sí.
¿Ponerle nombre a tu pene, solo porque sí, en la secundaria? Brother ¿De qué chingados me estás hablando?
— Olvídalo, solo quería hacer plática.
— Menos mal.
— ... La mía se llama Cecilia. Es un bonito nombre.
— Hermano, dos cosas: La primera, no sé de dónde ni a qué va todo esto; la segunda, sí es un bonito nombre pero no se lo pondría a mi pene.
— ¿Cómo le pondrías, entonces?
— No sé, tal vez Daniel o tal vez Oscar. No son mis nombres favoritos pero nadie le pone su nombre favorito a su pene.
— ¿Por qué esos nombres?
— Básicamente existen dos personas en el mundo que me caen de la chingada con esos nombres, uno es un pendejo que conozco desde la infancia y que, hasta la fecha, se refiere a mí en tono de burla cada que tiene la oportunidad, es un don nadie promedio; el segundo es un pobre diablo que... Bueno, lo resumiré fácil: es el traidor más grande que conozco.
— Ponerle el nombre de tus enemigos a tu pene. Qué degenerado. Yo prefiero lo cordial, Cecilia es un bonito nombre, no me lo tomes a mal pero pero creo que un nombre bonito siempre otorga un plus. No me hagas mucho caso, si pudiera, hasta lo presento en una cama de lechuga o con trajecito. Bajo en la siguiente estación. Por cierto, me llamo Miguel.
— Mucho gusto, Fabian.
— Oye, me voy, pero busca ayuda, te haría bien, carnal.
— Lo voy a pensar. Gracias.
— Un gusto, mi estimado...

 — ¿Bueno?

— Esta es la última llamada. La última, muy cortita y de mierda, lo prometo. Solo quiero que sepas que ya lo entendí: no te extraño y naturalmente has dejado de importarme en muchas cosas durante este tiempo, es solo que aún tengo la costumbre de quererte comentar las cosas buenas que me pasan.
— ¿Como qué?
— Por ejemplo: desde que te fuiste a chingar a tu madre de mi vida, todo va muy bien. No fue lo mejor al principio, pero creo que mereces saber que sin ti me siento una chingonería y me está yendo como jamás creí.
— Pero bueno y tú ¿Quién te crees para hablarme de esa manera?
— Lo siento, bebí un poco, pero eso es todo lo que tengo por decir. Ojalá lo entiendas, Claudia.
— Caballero, me parece que está usted equivocado. Está hablando a Domino's Pizza, sucursal Oriente, le atiende Manuel.
— Sí, perdón, estaba practicando. Es que no me da el valor aún. ¿Me puede mandar una Extravaganza familiar, con masa crunchy, por favor? Pago con tarjeta...
— Claro que sí, con mucho gusto
— Gracias
— Estamos para servirle ¿Desea algo más?
— Terminar esta botella y volver contigo, para compartirlo todo, maldita...

 En un día común como este, sobre una mesa de blancos manteles comunes, un hombre común ha dejado caer una porción de tinga de pollo. La tostada se parte y se escucha claro el crujido de una puerta que la vergüenza abre. Ahí va cayendo la comida, con lentitud artística, siendo lo que es: una partícula suspendida en el infinito, materia a disposición de la gravedad y la expresión gráfica de lo que es ser redondamente pendejo. El viaje largo de la tostada a la mesa de blancos manteles comunes, tiene como adorno a un hombre negado a la verdad, un hombre común que cierra sus ojos, un hombre que -conforme la comida cae- va dejando de serlo para convertirse poco a poco en el gordo torpe de la mesa.

Pinches tostadas.

— ¿Podría contarme?

— Son las tres de la tarde, en un día caluroso de diciembre. Ella voltea a verme. Estoy a su costado casi en la misma posición que ella, en la misma cama. Qué chulo imaginarlo. Me dice que cuáles son los términos y consecuencias de lo que estamos a punto de hacer. Yo le digo, sin despegar la vista del techo, que no importa. Nada importa demasiado. Los dos lo sabemos, Ale en calzones negros y yo en sintonía con el cosmos.

    Ora pues, lo hagamos, dice mientras se da la vuelta y deja sus pompas güeras de cara al cielo. Yo la beso, ella de pronto se me sube, como muertito, me dice que estoy muy serio, se sonríe coquetamente, y todo lo demás es puro cuento.


— Me parece una historia, de esas de prepa que uno no olvida.

— ... Después de parar, ella no quiere que hable. Yo me quedo mudo. La veo calmar poco a poco su respiración. La veo sudar, cansada, con sus pechos desnudos sobre mi pecho vestido de playera blanca. Me lo señala con el índice partiendo a la mitad sus labios delgados. Silencio. Silencio todos. Lo que ella quiere es que todos se callen.

— ¿Por qué?

— No lo sé, cada quién tiene sus razones. Ella solo quiere silencio y después lo deshace todo diciéndome que tiene hambre, que quiere ir a cenar y a tomar unas cervezas. Yo no le digo nada. Ella se pone la blusa y después sus calzones. Siempre es importante el órden cuando viste: primero una dona para el cabello, luego busca su ropa interior del suelo, se pone el brassiere y blusa, después sus cacheteros, sus calcetitas y al final el pantalón. Los zapatos son añadidura porque son los mismos que usa para trabajar. Antes de pararse para ponerse el pantalón viene hacia mí y me besa. Siempre es así. Y se me queda viendo encima mío, y veo sus ojos de gatito, y ella me sonríe en silencio. Yo no digo nada, porque tengo el mismo asombro por los puntos negros en su nariz que por las grietas del techo... y nada cambia, y así nos quedamos, en silencio...

— ¿Y qué hacen luego?

—... shhhhh, silencio, no vaya a ser que alguno de los dos despierte.

7.4.20

Pequeño canto clásico al clásico pequeño andar

El calor azota las calles y vuelve el día un penar
yo salgo con chancla y camiseta solo para andar, 
las muchachas miran intrigadas al verme pasar,
voltean a verse entre ellas y comienzan a murmurar:
"Miren a ese muchacho, qué manera de caminar
¿Qué llevará en la morraleta, es nos quiere intrigar?
¡suena lindo lo que carga, es un hermoso sonar!
es el sonido de dos envases de vidrio chocar.

23.3.20

Las consecuencias

Mi vecino de nombre Carmelino López Cruz, alias "el gordo", no ha dejado de llorar todo el perro día y ya me tiene hasta la madre. Carmencita, su hermana, le ha estado diciendo a repetidas ocasiones que se deje ya de cosas. Carmencita tiene cinco y me da ternura cómo consuela a Carmelino, que no ha de superar los cuatro años de longevidad. El gordo llora porque no encuentra su Max Steel, y sin él no puede guiar a su ejercito a invadir la banqueta del vecino, ni a destruir ningún tanque imaginario.
El problema de Carmelino es que no entiende que hoy está experimentando, por primera vez en su vida, la perdida, el adiós de algo que le gusta mucho y no asimila que tiene de frente el vacío de algo que ocupaba la felicidad en forma de un muñeco mamadísimo y guapo. Él llora y Carmencita ya se hartó de consolar a su hermano. Los dos centímetros que hay entre su boca y su nariz tienen, como canal comunicativo del dolor, un río acaudalado de mocos y mugre. Las mejillas tienen la salinidad de la tristeza, y sus ojitos hinchados suplican desde la infancia que vuelva eso que se ha ido. Me da tristeza, me acerco bondadosamente y con un tono paternal me dirijo a la criatura.

—¿Te gustaba mucho tu Max Steel, hijo?
—S...s...shi... — me dice con espasmos y sin hablar bien.
— En la vida habrán cosas que irremediablemente vas a perder, nene. No te desanimes, el dolor siempre pasa, el padecimiento siempre pasa y cuando menos te lo esperes eso se va convirtiendo en cierto resentimiento... Tal vez odio.
— Dishe mi mamá que chi no dejo de llodad che lo va comer el pedo.
— El perro no se lo va a comer, pero es probable que tu Max Steel ya esté en la basura.
—...— no dice nada aunque empieza a hiperventilarse con ganas de querer soltar el llanto, pero antes de que lo haga lo interrumpo.
—Cuando crezcas vas a comprender el significado de la palabra "Consecuencia", gordo. Todas esas veces que tocas a mi puerta por las mañanas, todas esas veces que me has despertado con madrazos en la puerta, para luego salir corriendo mientras ríes también tienen consecuencias y aquí las tienes —Le digo amorosamente mientras me levanto con una sonrisa y le juego un poco su cabellito feo.

Un general de la división de infantería imaginaria me observa, está ahí sentadito, guapo y mamado en mi escritorio. Me observa beber una cerveza mientras escucho un himno a la venganza en voz de Carmelino, y me sonríe casi con maldad. Levanto mi carta blanca y brindo con toda la humildad del mundo.

7.1.20

Carta abierta a mi persona favorita en el mundo (que un día decidió irse con su persona favorita en el mundo)



Flaca, corazón, farito de mar, ya sé que te fuiste irremediablemente de mi vida y que no quieres saber más de mí. No te preocupes, esto será breve y no buscaré una sola forma de hacerte volver, solo me gustaría contarte por primera y última vez, desde que te fuiste, lo que ha pasado con la vida. Si no quieres hacerlo, este es el punto correcto para dejar de leer.

Vale. Empiezo de esta manera, porque ya has de saber que estoy roto, escribo esto porque tu ausencia no la sostienen los cigarros o las botellas de ginebra, esta es la única forma que tengo para liberarme de las últimas pertenencias que dejaste en el foyer de mi vida, lo juro. Me pasa que a veces te encuentro por los camiones de las doce, cuando regreso a casa, a veces en los audífonos, otras veces en la forma de tu nombre, cuando lo escribo sobre el cristal empañado por el vaho de algún suspiro que se me sale casi por error; me pasa que no estás y que pienso lo feliz que debes ser con la persona que quieres, la forma en la que le sonríes al mundo tomada de la mano de alguien con quien puedes ser toda tú. Te extraño mucho, no lo voy a negar, pero no puedo adjudicarle toda la responsabilidad a tu partida si es el mundo el que se ha hecho insoportable desde tu adiós, son todos los demás quienes se han vuelto grises, los que tienen la misma conversación, la misma forma de contar un chiste, los que caminan siempre igual, siempre a los mismos sitios. Hoy falleció Tino, ya no hay nadie que se alegre por mi regreso a esta habitación en donde todo me recuerda al hombre que lo podía todo estando junto a ti, falleció de causas naturales y eso me orilló a escribirte todo esto que lees: Tino sabía que iba a morir y no dejó de lamerme la mano hasta que su pancita quedó inmóvil. Supongo que todo esto ya lo sabía también pero, no lo vamos a negar a estas alturas de la vida, es tan difícil diferenciar entre la fe y la necedad, de vez en cuando. Vamos, no me gustaría que esto suene a justificación porque no lo es, ya me conoces, es la forma natural con la que, a partir de la mañana de hoy, voy por los pasillos de cualquier lugar meditabundo por creer que todo duraría mil años, incluso yo, incluso Tino, incluso lo nuestro.

Ya no escribo como lo hacía antes, he bajado de peso, las canas se me han multiplicado y poco a poco me estoy convirtiendo en un caso de supervivencia ante la idea de haberlo tenido todo y después ya nada. Es que eras tú, neta, eras tú, con quien fui feliz, pero la felicidad y el amor son monedas abaratadas por situaciones como esta. Incluso hoy, que no tengo más que un cigarro a la mano, me doy cuenta que a veces te escribo recaditos y los dejo pegados al refrigerador, por si un día vienes a casa y se te ocurre voltear a ver qué hay en la nevera, cuando yo no esté, y te lleves los aretes que dejaste en el buró, o pretendieses venir a ver a Tino y no encontrar más que un espacio vacío en donde debería haber un perro o alguien que te espera para ir a cenar unos tacos a la vuelta de la esquina. A veces, tomo la libreta y escribo tonterías a modo de poemas. A veces sólo me siento ahí, debajo de la tinta. A veces me cuesta trabajo levantarme y pienso que no hay mejor esfuerzo que sonreír y cantar. Quizá porque estoy cansado y no encuentro otra manera de cerrar los ojos, que reposando mi cabeza en las piernas de alguien con quien pude ser débil y aceptar que me canso de poder, aunque no pueda más. Pero no, hoy no, y ni modo.

Festejo tu vida, la festejo como la más grande de todas las fiestas, festejo tu espíritu y festejo la forma que tienes para pelear por lo que consideras correcto. Si te fuiste es porque quisiste y ahí radica otra de las virtudes que tanto amo de ti: la búsqueda de tu paz. Sé que eres feliz. Sé que te sientes plena. Sé que no quieres verme, y no sé ni porqué. Puede que sean dos o tres preguntas las que me tienen al borde de las lágrimas desde este lugar desierto y que tienen que ver con la forma en la que me decías que me amabas, con la manera en la que te fuiste sin decir nada, con la duda de cómo sortear las preguntas de quienes te conocen y preguntan por ti. Me sigues gustando mucho, me sigo poniendo nervioso cuando recuerdo nuestra primer cita, nuestro primer beso, nuestro primer orgasmo. Me sigo peinando de lado, no se me quita la pinche maña desde que me hiciste el primer cumplido. Chingada madre: qué difícil es todo esto.

Hace unos días escribí tu nombre en el muro de un edificio abandonado con el carboncillo de un compás. Escribí sobre tu sonrisa, tus ojos de gatito, tus pechos de niña, y tus caderas marca candela. Escribí no sé con qué afán. Hice un poema que habla sobre una visita tuya a media madrugada, viniendo borracha solo para besarme y dejarme la boca en la verticalidad de quien busca un beso, acostado de lado en cualquier cama de hotel. Flaquita, después del punto final encontré una tristeza tibia que hizo contraste con la cerveza que traía en la mano. ¿Cómo chingados te explico que el mundo no cambió, ni se volvió rosa, ni hermoso, después de depositar por última vez tu nombre y el mío sobre una pared derruida?. Ahora entiendo que el amor es la forma pura y correcta de la violencia.

Anda, ve con el mundo y sé feliz. Haz todo lo que esté en tus manos para no dejar de sonreírle a quien amas, corazón, y no dejes que nadie te deje de sonreír tampoco. Mereces toda la felicidad del mundo. Que encuentres la paz que necesitas donde gustes buscar. Que todo te salga bien, mi amor. Que cada tatuaje que te hagas te quede perfecto. Que la boca que ahora besas te embone. Que la mano de quien te toma la mano luzca perfecto con tu outfit. Que todo eso que eres, farito de mar, mi farito de mar, se vuelva aún más grande. Gracias por todo lo que fuiste, por lo que eres y serás. Tengo tanto qué agradecer, tengo tanto amor endosado en tu nombre. Me propuse a finalizar esta carta una vez que las lágrimas me alcanzaran y este es el momento. Debo dormir un rato, ya no quiero estar despierto.

Eso sí, amor, una última cosa. Si un día nos encontramos por la calle y algo se remueve en ti, si un día te acuerdas de todo lo que fuimos, si un día decides pegar marcha atrás y volteas a verme, por favor, por favor, flaca, corazón, estatua de ébano: hazme el favor de no volver.

14.11.19

Una sola Ilse en el mundo

Una sola Ilse en el mundo


- ¿Y ella quién es?
- ¿Quién es, quién?
- Hace rato mencionaste a "Ilse" para después hablar de tu salida de la carrera y de los procesos que pasaste después de eso...
- Ella era mi prometida en aquel tiempo
- ¿Y por qué no habíamos platicado sobre ella?...


Entonces me asalta el recuerdo que tengo, me quedo en silencio y antes de hablar sobre Ilse se me comienza a bajar la presión, el aire comienza a faltarme, empiezo a sudar, y no puedo contener el espasmo que sufro justo en la boca del estómago. Así comienza este texto, con una serie de preguntas que me hacía la psicóloga una tarde de hace ya algunos meses y que hoy, por culpa de mi desorganización digital, traigo al presente. Solo había hablado con una persona de eso, hasta ahora. Esta mañana estaba buscando un textito que escribí y que quería editar, y acudí a una memoria usb que tengo desde hace bastante, la busqueda me llevó a una carpeta que contenía un solo archivo y al abrirlo ahí estabas tú, en una imagen de 107 KB. Quedé viendo la foto largo rato, fijamente, y recordé la escena de esa fotografía, el motorola con el que la tomé, dónde y porqué estábamos, y de pronto me asalta la escena frente a la doctora, esa en donde me encuentro vulnerable y pidiendo que abandonemos el tema por la falta de valor para hablar sobre el tema.


Ella era Ilse, era mi novia y la foto la tomamos el día que le propuse matrimonio. Solo me queda esta foto de ella. En aquellos años la distancia con mi familia era abismal y por ende nunca les conté sobre Ilse, porque nunca busqué ni he buscado la aprobación de nadie, así como tampoco busqué la de sus padres. Habíamos decidido hacer una vida, y yo estaba por sacar la ingeniería. Tenía un trabajo asegurado. Ella estudiaba turismo y sus aspiraciones eran grandes. Sabía que mi condición económica no era la mejor, pero siempre me apoyó y mis promedios en la carrera me habían impulsado para algo que figuraba como un buen futuro en una empresa transnacional.


A ella la conocí cuando llegué de colado a su fiesta de cumpleaños, junto con otros cinco amigos, en donde bailé con ella sin saber que era la festejada, y me enseñó a desconocer la soledad una noche de cumplemes, en la que llegué a su casa para ir por Sushi, y descubrí que en su salita ella había transcrito y colgado varios de los poemas y textos cortos que tenía en una libreta vieja y mal tratada de la prepa. Aquella noche me preguntó sobre los textos y el porqué del no haberle dicho sobre eso, respondí con pena que había dejado de escribir desde el día en que mi padre fue a reclamar por un cero en la clase de redacción (en aquellos años no me gustaba hacer las tareas, pero salvaba los semestres con ensayos y exámenes. Para mi desgracia, en aquel parcial ni ensayos ni exámenes tenían validez para la materia); cuando le dijeron el porqué de mis calificaciones, mi viejo pidió, frente a la clase y sin quitar la mirada de furia de mis manos, la libreta en donde llevaba los apuntes de la asignatura. Las vio abrir la mochila, sacar la libreta y cómo le llevaba la libreta. Cuando vio que el contenido, lejos de traer definiciones o ejemplos de modos subjuntivos en tiempo pluscuamperfecto -por decir algo-, era un poema sobre las manos de mi abuela, me arrojó la libreta a la cara, frente a todos y me sacó de clase. Ilse no dejó que terminara la historia, me abrazó y comenzó a llorar. Yo no lloraba por la historia, hasta me parecía chusca porque de algún modo mi padre me había salvado de la literatura en ese tiempo en que ya tenía la ingeniería por terminar, pero ella no me dejó explicarle nada de eso. Me abrazó y me hizo prometerle que si alguna vez quería escribir que lo hiciera. Entonces todo se volvió un hogar con ella, en sus brazos, en su risa.


El último mensaje de texto que recibí de ella fue un “te amo mucho, no veo las horas para tocarte el ass” JAJAJAJAJA. Tenía una forma brutal de hacerme reír. Ella había ido de visita a casa de sus padres para darles la noticia de que nos casaríamos y de lo bien que nos hacíamos el uno al otro. Venía de vuelta a Tuxtla. El plan era que viniéramos a la casa, para dos cosas: presentarla ante mis padres y de madrazo soltarles la noticia del compromiso. Yo no la pude acompañar a su ciudad porque estaba en exámenes finales e insistió en ir sola para decirle a sus padres. La esperé en la parada de camiones de la universidad, ella pasaría por mí, venía en su coche. La cita era a las cuatro, pero no llegó. Sufrió un accidente en carretera, y me enteré de su fallecimiento a las siete, aún en la parada, con un ramo de margaritas que le había comprado. Un camión de la coca cola había impactado de frente contra el coche de Ilse; todo había sido rápido y fulminante. Una voz metálica, con el tono de voz de su mamá llamó desconsoladísima para darme la noticia. Yo solo me senté en la acera de la banqueta y me puse a llorar… lloré, lloré y lloré como nunca, en silencio, como supongo que debería llorar alguien que pierde a su futura esposa. A ella le gustaba mucho decir que yo era un tipo grosero y hasta feo, y que jamás me hubiera hecho caso si no fuera porque la hacía reír y porque siempre había algo por decir entre nosotros. “Eres mi Brad Pitt en gordo y no hay una sola Ilse en el mundo que se resista a eso” decía.


Cuando quise ir a verla su mamá y su papá no me lo permitieron. No me dejaron despedirme. Ahí comenzó el desplome de todo. Salí de la carrera en octavo semestre. Me fui de casa. Tomé, tomé y tomé. Mi depresión se hizo un modus vivendi. El amor de mi vida se había ido y yo no tenía más ganas de nada. Hasta que la escritura reapareció en mi vida y tuve cómo sobrellevar todo eso. Tiempo después me contaron que la enterraron con los dos anillos que le di, uno de juguete, que fue con el que le propuse entregarme a ella por el resto de mi vida, y otro que le compré con lo que había ahorrado de mis becas. Estaba por suicidarme. Nunca me sentí más solo. Comencé a soñar horrible y me abandoné de todo. No quería vivir. Pero la vida es una necedad, y el dolor, después de tanto, pasó de ser una etapa a ser una forma de ver las cosas. Ahora que cuento esto, tengo el recuerdo nítido la tristeza y del pánico que me dio saberme solo.


Dos meses después de su partida, comencé a escribir sobre lo insoportable que es la gente, sobre lo idiota que se volvió el mundo después de que se marchó. Cumplí la promesa que le hice una noche de cumplemes, con dos grandes diferencias: la primera es que no lo hacía en ninguna libreta y la segunda era que lo hacía sin ella abrazándome o diciendo cuánto le había gustado lo que escribía o qué tan poco convincente era. Sin embargo, a grandes rasgos, había un cambio que yo no noté sino hasta años después: escribía sin miedo, sin ganas de gustarle a nadie y eso, poco a poco, se convirtió en todo esto que soy. Existen veces en las que los lectores toman una relación tal vez demasiado cercana con el personaje de mis cuentos, y eso a veces da miedo porque sospecho que a veces no se dan cuenta que muchas de las cosas que se escriben llevan consigo un dolor verdadero que arde en los dedos de quien les escribe.

Ella decía que mi mirada era triste y fuerte, nunca entendí por qué me lo decía, pero cuando me vi por primera vez en el espejo, después de su muerte, supe a lo que se refería, frente a mí encontré a un hombre desconocido, exageradamente solitario y desconocido, no volví a ser el mismo. Después de ella tuve una relación que terminó siendo tortuosa y después ya nada. Hoy me vi al espejo y ya me sé reconocer el rostro, pero sigo con aquella mirada con la que me vi por primera vez desde que supe de su accidente. Vivo con el miedo de perder a quienes amo y eso es irresoluble. Ilse, con su partida, de algún modo me enseñó a ver la vida con nostalgia y eso muchas veces galopa en los cuentos que hago, en mi forma de decirle al mundo “hey, no pasa nada, aún queda gente jodida con sentido del humor”. Esa es la zona que nadie o casi nadie ve. Ese es mi lastre, mi oficio, hoy no traigo una libreta de prepa, hoy es el corazón remendado lo que traigo en las manos y sé que no habrá nadie quien me la pueda arrojar a la cara. Si lo dejo en alguien es porque hay fe y porque entiendo que todos tenemos fantasmas, de algún modo u otro. Decía Cerati "poder decir adiós es crecer" y yo, desde hace bastante tiempo, gracias a ella, ya no le temo al olvido.




14.6.19

Las largas distancias

— ¿Hola? ¿Karli?
— ¿Para qué llamas?
— Disculpa, es que tengo un problema y no sé a quién llamar.
— No puedes estar haciendo esto. Terminamos hace dos meses.
— Lo siento , solo quería conversar sobre un problema
— ¿Qué pasa? ¿De qué se trata esta vez?
— Es mi jefe, tengo problemas en el trabajo.
— ¿Para eso me llamaste?
— Lo siento, en verdad. Mira, yo sé que nunca fui una gran pareja, pero a veces pienso en ti y es inevitable no marcarte para saber cómo estás, qué haces, qué hay de nuevo y bonito en tu vida. Son esos actos reflejos que a uno simplemente le cuesta dejar atrás...
— Entiendo, pero esto ya no puede estar pasando; ahora bien, lo que me preocupa es que aunque lo entienda a la perfección, no sé si estamos en sintonía, o sea ¿Tú entiendes eso?
— Sí, te lo digo con vergüenza. Lamento si te incomodo. En serio.
— Bueno, tengo pocos minutos, si crees que pueden servirte adelante. Te escucho.
— Mira , en serio, no es para tratarnos así. No estás obligada a escucharme.
— Obligada jamás, pero qué flojera escuchar tus tonterías sobre algo que ni de cerca me interesa.
— Bueno, entonces lo siento. Solo era eso... platicar. Disculpa. Buenas noches...
— ... Oye...
— ... Dime
— Discúlpame.
— ...
— Mira, las cosas no han sido fáciles y últimamente he estado bajo mucha presión y justo me agarraste en un mal momento. El hecho de que hayamos terminado no me da derecho a tratarte así y lo entiendo. Te pido una disculpa.
— No te preocupes.
— ¿Podemos retomar la conversación?
— No era nada importante.
— Por favor, no me hagas sentir peor, cuéntame. Era algo sobre tu trabajo. Anda cuéntame.
— Nada, era solo un pretexto, mi jefe ya se dio cuenta de que lo trato como un pendejo.
— Se tardó un poco ¿No crees?
— Es probable, pero así son los pendejos. No tienen un cronograma para agendar el descubrimiento de su condición. Lo normal.
— JAJAJAJA Siempre con tus cosas ¿Y lo sabe su mujer?
— No lo sé, pero algo es seguro: si no se ha dado cuenta puede que también padezca idiotismo.
— Jajajaja, ¿Cómo has estado?
— Solo, Karla. Inimaginablemente solo.
— ...
— No te sientas comprometida a decir algo. Es solo que a veces me da por marcarte, aunque muchas de esas veces termino por colgar antes de que salga la llamada.
— Ya debiste eliminar mi contacto. Esto no es bueno para ninguno de los dos.
— Lo tengo de memoria. Esa es la parte triste ¿Sabes?
— ¿Qué cosa?
— Saber que nunca recordaste mi número o mi fecha de cumpleaños...
— Siempre fui mala con esas cosas, lo sabes.
— No es un reclamo, es solo una forma de entender que a pesar de todo, de olvidarte a veces de mis cosas, tuviste tiempo para cuidar de mi padre cuando enfermó, o de mi madre cuando enterraron a papá. Y yo aquí albergo detalles que no pude quitarme de la cabeza, y es que lo triste se encuentra en ese punto, en estas formas que tienes de venir a mi cabeza por las noches, en forma de un número de teléfono o en forma de un recuerdo recurrente, casi siempre sonriendo.
— No sé qué decir. Me alegra saber que notaste todo eso, que no todo fue en vano, aunque las cosas al final no funcionaran.
— ...
— ... ¿y... y qué más me cuentas?
— Ya sabes, estos meses no han sido fáciles. Tuve uno o dos golpes de suerte en el trabajo y las cosas por fin toman rumbo, uno desconocido y un poco gris por todo lo que rodea nuestra ruptura, pero es un rumbo al fin y al cabo.
— Me alegra muchísimo, no todo, pero qué bueno que por fin encontraste, como dices, un "rumbo"
— Oye, me gustaría salir a charlar un día de estos, no sé, tal vez salir a tomar un café.
— No puedo, lo siento.
— ¿Es por tu trabajo? Puedo acomodarme a tu agenda
— Estoy saliendo con alguien más
— ...
— Lo siento, es que... discúlpame.
— No, no, no te disculpes.
— Es que...
— Insisto, no te digo esto para que te sientas mal o como para ponerte entre la espada y la pared, sino para que entender mejor las cosas. Comprendo el porqué no puedes ir por ese café y no sabes cuánto envidio a quien está contigo.
— No somos nada aún.
— Peor para mí, me siento como un idiota.
— No, por favor, solo nos estamos conociendo, ay dios. Es que no sé ni qué...
— Tranquila, mira no voy a juzgarte, no tengo ni una razón valida para hacerlo. Me siento un idiota por lo evidente, por lo que estoy siendo en este momento: un estorbo.
— No eres un estorbo, no quise decir eso, no digas eso.
— Karli, corazón, nunca adorné las cosas contigo y no pienso hacerlo ahora, seamos honestos y aceptemos que estoy siendo incómodo para lo que intentas con alguien más.
— Es que sé que es poco tiempo lo que ha pasado y me da vergüenza contigo, no sabes cuánta.
— No te preocupes, después de todo nada se puede hacer en estos casos ¿Cierto?
— Es que, si tan solo estuvieras en mis zapatos.
— No hace falta ser un genio para entender que todos somos independientes de elegir con quién estar, y lo entiendo, Karli, te entiendo como jamás lo había hecho.
— Dime una cosa ¿Me extrañas?
— Sí, todo el tiempo, chatita.
— Yo también suelo hacerlo, extraño el aroma de tu cabello al despertar, o la forma en como me decías Karli, a la hora de entrar al estudio solo para invitarme a cenar.
— Je, me gustaba hacerlo.
— ¿Qué nos pasó?
— Lo que le pasa a todos: cambiamos.
— Me parece que tú no lo has hecho y eso es lo que me intriga.
— ¿Por qué lo dices?
— Porque cada que llamas tienes esa forma particular de hacerme sentir querida, aunque hablemos, como esta ocasión, de algo que parece irremediable como lo nuestro.
— ¿Parece?
— Sí, parece. Haces que considere ir a ese café contigo.
— No sabía, lo siento.
— No tienes porqué hacerlo
— Claro que sí. Aunque quisiera no podría ir a ese café.
— ¿Qué dices?
— Ya no vivo en México. Me mudé a Montevideo dos semanas después de que terminamos. Renuncié a mi trabajo a los dos días de habernos dejado. Entendí perfectamente que no podía tolerar a nadie si no era contigo, Karla. Por fin terminé el libro que comencé a redactar en nuestro último aniversario.
— ¿Esto es una mala broma?
— No, te dije, solo te hablaba con el afán de escucharte y saber cómo te va, es lo más sincero que he hecho en estos dos meses. Así como decirte que no puedo contener las ganas de abrazarte y que me digas que todo estará bien.
— ¿Estás en Uruguay?
— Sí.
— No entiendo ¿Entonces para qué me marcas? ¿Para qué me pides ir por un café?
— Es sencillo, Karli, yo no pensaría tanto en ti si estuvieras conmigo, eso es un hecho. Pero estás tan lejana que las largas distancias agigantan tu recuerdo y poco a poco te he convertido en un dolor constante, en algo que no puedo definir con precisión. No tenía contemplado que aceptaras ir por ese café, solo quería tener en mi cabeza esa forma peculiar de hablar que tienes, que aún a pesar de los años o de la distancia, me sigue teniendo al borde de la felicidad. ¿Estás enojada?
— Estoy... ¿confundida?
— Tampoco sé cómo sentirme.
— No sé cuánto tiempo estés por allá, pero ven, vamos por ese café y hablemos. Anda.
— Por favor, no llores.
— Es que... ¿Cómo puede estar pasando todo esto?
— Ya te dije, Karli, cambiamos.
— Hay cosas que no cambian, nunca quise que lo nuestro lo hiciera.
— Debía suceder, supongo. Te amo y que de eso no te quede duda, te extraño como no tienes idea, pero no podríamos estar de nuevo juntos, eso también es una realidad.
— Deberías estar aquí para leerme un cuento de ese libro.
— Ya lo sé, por lo pronto debo colgar.
— ¿Mañana qué harás? ¿Puedo marcarte?
— No tengo celular, te marco desde el número de casa. No me lo sé.
— ¿Hay alguna otra forma de comunicarnos?
— Es probable, corazón.
— ¿Qué harás en la mañana?
— Iré a la cafetería que queda frente a la plaza de armas, leeré el periódico, iré al trabajo, y saliendo, a eso de las cuatro o cinco, pasaré al mercado a comprar un poco de pescado y verduras. Después a la casa a leer un poco y a seguir escribiendo.
— ¿Solo?
— Como hace dos meses
— Y después ¿Puedes llamarme después de que termines todo eso?
— No estoy seguro.
— ¿Qué harás?
— Dormir, Karli, dormir hasta el día siguiente o hasta que todo esto haya pasado.

Favor de llamar más tarde (fragmento)


"...No me desilusiones, dijo muy seria, y yo le sonreí creyendo firmemente que aquella no sería sino una despedida como las que tienen los hombres comunes, que aman a una mujer de manera sencilla y sin el afán tortuoso de un hasta nunca. Respondí con un te quiero.

Antes de salir por última vez de aquel departamento de la Santa Ana, la última pregunta que me haría sobre ella me asaltó ¿No me desilusiones, o no me des ilusiones? ¿Qué fue lo que me dijo Ilse? La conocía bien y sabía que cualquiera de las dos opciones pudieron salir de su boca. Puta, qué pendejo, me dije, y yo sonriéndole. Me di cuenta, en esos tres segundos, en lo que giraba el manillar de la puerta, la abría y cerraba con un click tímido, de cuánto importa el espacio -donde sea- y entendí, con un dolorcito en el pecho, que lo nuestro no sería más. Ella no volvió a escribirme, ni yo volví para cumplir la promesa de amarla hasta la vejez..."

Otra anécdota de colectivo



Hace rato iba en el colectivo y me fue imposible no escuchar lo que decía la chica que viajaba a un lado mío, mientras hablaba por teléfono:

"Wey soy yo, Andrea ¿Qué verga haces? Ya es la una ¿Cogiste con ese wey, verdad? ¡No te hagas pendeja! ¿Te lo cog...? ¡Nooo mames! ¿Estás con él? Estabas cogiendo hace rato ¿Verdad? ¡Por eso no me contestabas! Bueno, ya, me cuentas al rato, báñate no quiero verte 'enlechada', bye..."

Entonces se percata de lo que ha dicho y voltea a verme con cara de encabronamiento, con la idea de que lo he escuchado todo, y yo fijo la mirada hacia el frente. La tensión es tremenda. Los audífonos están en mis oídos. Ella me mira con sospecha, y yo finjo cantar una canción de Axe Bahía, en silencio y con cierta seguridad. "Beso en la boca es cosa del pasatu", es lo que se lee en mis labios nerviosos. Decide dejar de observarme, segura de que no he escuchado nada. Una gota de sudor resbala por mi mejilla y yo solo puedo pensar en lo cerca que estuve de algo peligroso sin estar bien seguro de qué.

Las explicaciones de Silias ( pt.1 Ser parte de la realeza)




Ayer, después de comprar unas hamburguesas, Silias y yo decidimos tomar unas coronas de cartón a la salida del Burger King. Nos dirigíamos al trabajo, cuando comenzó la charla más esperanzadora en la que me haya enfrascado en mucho tiempo. Me puse la corona y venía con orgullo soberano por la calle.

— Amigo Silias, esto es lo más cercano que voy a estar de la realeza.
— No pierdas la fé, amigo...
— ¿La fe? ¿Crees que voy a ser parte de la realeza?
— ¡Claro! ¡Nunca pierdas la esperanza! Un día puedes encontrar a alguna heredera al trono, mi estimado, a una princesa...
— Jajajaja, no mames.
— ¡Piénsalo! Silias "el magnifico" también es vidente. Dentro de un año, exactamente, vas a conocer a una princesa...
— Estás pendeja
— ¿Sabes cuándo?
— A ver, dime
— El próximo cumpleaños de "el negro", allá por La Parrandera...
— ...me interesa escuchar esa pendejada, por favor continúa.
— mira, dentro de un año, estaremos festejando un cumpleaños más de " el negro" en La Parrandera. Tú irás especialmente guapo esa noche. Después de tomar una botella de esa mierda que toma Arturo...
— ¿Bacacho?
— Bacacho, Bacardi, meados o mierda, como gustes llamarle, es lo mismo. Después de tomar la primer botella, el antojo por un cigarrillo nacerá de tu interior. Así que saldrás a comprar uno con el chiclerito de la entrada...
— Ya la cagaste, siempre ando mis Luckies cuando salgo a algún lugar en plan de desmadre, para evitar gastar así...
— espera, asno, es que lo que tú no sabes es que Silias "el magnifico" comprende cómo funciona el destino. Se te antoja un puto cigarro Marlboro, lo enciendes y justo cuando das la segunda calada, escuchas a alguien gritar. Es Domingo. Volteas a ver y solo observas a una doncella, a un ángel, correr desesperada, pero sin perder la elegancia, hacia ti. Viene levantando su hermoso vestido azul pastel para no mancharlo.
— ¿Ella es bonita?
— No lo sé, tú la vas a ver como un ángel, tus gustos tu pedo... Solo ten la seguridad de que yo no la voy a criticar amigo...
— Eso está un poco pendejo, pero lo tomo ¿Por qué grita la doncella?
— porque atrás de ella vienen dos gorilas, amigo. Dos putos gorilas de dos metros.
— Mames...
— Entonces ella te encuentra y se oculta detrás de ti. Tú ves la escena y preguntas a sus perseguidores "Disculpen amables caballeros, he notado que persiguen a esta damisela, ¿a qué se debe, si no es mucho intervenir en sus importantísimos asuntos?" Entonces ellos te van a responder toscamente, como lo haría alguien que arregla las cosas a mordidas o a golpes "Cachamos a esa hija de la verga echando coca en el baño"...
— ¿Cocaína? ¿Una doncella?
— Sí, porque es una princesa que se mete cocaína.
— ¿Y porqué alguien de la realeza se metería cocaína?
— Porque sus papás son estrictos y nunca la han dejado ser feliz, por eso ella se escapa los domingos, cuando todos duermen en el castillo, para salir a Baruva a consumir cocaína y a tomar... Hmmm... Una botella de Black & White con sus ocho aguas.
— Los domingos son de barra libre para ellas...
— Pero es de la realeza. Debe portarse como mamona...
— Cierto...
— El chiste es que te dicen los gorilas "Cachamos a esa hija de la verga echando coca en el baño" Entonces decides enfrentarte a duelo con ellos. Extiendes tu pañuelo para que la princesa se limpie el polvo con sangre que escurre de su nariz perfecta.
— ¿Entonces me agarro a putazos?
— Sí, pero no voy a entrar en detalles porque no se me ocurre cómo cagada madre le ganes a ese par de changos golpeadores mamados. Al final tú ganas y la doncella te pide que te quedes a tomar el resto de la botella con ella, porque sus amigas ya se fueron...
—¿Por qué?
— Porque sus hijos entran a las siete, obvio. En fin, ella se enamora de ti, y listo, ya eres parte de la realeza.
— y ¿princesa de dónde es?
— De Yajalón... O no... Es princesa de la república independiente de Chicoasén. La presa es parte de su reino y el río Grijalva sirve para que naden alegremente los cocodrilos que cuidan de su castillo.
— Ok, amigo, fe intacta. El siguiente año me vuelvo principe.
— Tú solo confía. Ahora sí, a ver, la tuya y la mía tienen queso. Hay una que no...
— ¿Y cómo vamos a saber cuál es cuál?
— Usted confíe, su manestad, usted confíe...

Otra anécdota de colectivo



Me preguntaron si estaba enamorado, porque no he parado de sonreír en todo el puto día. Esta sonrisa, amigos míos, la tengo por una mujer, una mujer que se pasó chingando a la marrana en el colectivo, señora que hacía muecas a la hora de rolar el pasaje, que sentó sus anchas caderas y pronunciadas piernas encima de una viejita, señora que no paró de ejercer presión sobre el chofer a partir de oraciones que empezaban con "Inútil sos, colocho¹" y derivados. Esta sonrisa es porque al bajar, después de pendejear al chofer por última vez, a la señora se le quedó la chancla dentro del colectivo. El chofer, que al parecer no era ningún pendejo (y si lo es, es uno muy perverso), cerró la puerta y abriéndose paso entre un sonoro "¡hey pinche inútil, mi chancla!" Emprendió la marcha sin mirar atrás. Esta sonrisa, no me queda duda, la comparto con los otros ocho pasajeros que seguramente se sienten en paz, satisfechos, y tienen como trofeo la imagen de la chancla duramil en el pasillo de ese colectivo. Buenas tardes.





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¹Colocho: Persona de cabello rizado.

El abuelo Herllejos


Domingo 10 de Marzo. Año 2052 d.c., casa del abuelo Herllejos. Martincito Herllejos, metalero greñudo, toma el teléfono y le marca a la chica cristiana que le gusta.
— ...y si no tienes planes pues podemos hacer algo acá en la casa de mi abuelo. Tiene Netflix, vemos una serie. Si nos hace falta algo pues el oxxo queda cerca, vamos por unas cervezas y de paso pedimos unas pizzas. Algo tranquilo para que la pasemos a gusto. No, no, de todos modos mi abuelo se la pasa durmiendo y si no se duerme le doy sus chochos para que no haga pendejadas como la última vez. No te preocupes, mis papás van a salir a hacer mandados y no quisiera quedarme solo, además no pensaría nada malo de ti, eres una niña muy linda y no quisiera que veas en esto un pretexto para...
— No vengas, te quiere coger.
— ¿Pero qué...?
— Compró condones y vaselina el muy mañoso, ya revisé su mochila. Yo creo que te quiere sodomizar...
— ¡Abuelo, cuelga el chingadísimo telefono, puta madre!

Abril 23



Ayer por la noche, después de salir del trabajo, tomé un colectivo rumbo a casa de mi familia, iba envergado —No enojado, EN-VER-GA-DO— por ciertos problemas personales y evité a toda costa cualquier tipo de roce hostil con todos durante el día (porque me conozco y a la menor oportunidad se me sale lo Hernández). Justo cuando puse un pie en el colectivo supe que todo había valido madres, y lo supe porque me había puesto una playera de Cannibal Corpse: un predicador, de esos cuarentones de camisita amarilla y pantalón de vestir café, estaba dando una cátedra sobre la palabra del señor, y yo todo puteado, dispuesto a encontrar la paz en los brazos y en las palabras de mi madre, estaba sentenciado a escucharlo tooooooooodo el camino. 
La escena se las describo en chinga: Me siento frente a él, porque no había otro lugar, mientras le decía a dos chicas que iban tomadas de la mano (y que se veían notablemente incómodas por lo que decía el don) que la venida de nuestro señor jesus estaba próxima y que la promiscuidad era algo que Sodoma y Gomorra pagaron con creces, que el lesbianismo y la homosexualidad (aquí me hizo un poco de gracia pero no me inmuté para evitar ser blanco de sus pendejadas), alzando un poco la voz y dando una ojeada por todo el colectivo, es una condición en la que todos los padres tienen la culpa por no enseñarles a sus hijos a orar o acercarlos a dios. Entonces intentó buscarme la mirada, y yo sagazmente la bajé hacia la pantalla del celular. Un silencio. Asumí que había visto la imagen de mi playera (la imagen de un fetito abierto por la mitad por el cuchillo que sostiene el diablo, en un escenario lleno de otros cuerpos y de sangre), el recuerdo que me trajo un amigo que fue a un concierto de los Corpse.
—Miren nada más. Miren nada más lo que les explico: una oveja que pierde el rumbo, es una oveja que dios sabrá encontrar, pero solo si la oveja quiere —dice, mientras yo no aparto la vista del celular, para evitar problemas, pero él prosigue— Joven ¿Usted sabe qué significa la imagen de su playera? —Cuestiona y yo volteo, sabiendo que es inevitable, aunque sea por educación. Lo veo, emperradísimo, y solo le sonrío insipidamente, pero le vale verga y prosigue...— ¿Ven? A eso me refería, estamos malditos por una sociedad que promueve el lesbianismo, el homosexualismo y la falta de fe, personas como estas solo serán salvas si se entregan a nuestro señor.
Mientras decía esto y mientras una señora mucho más grande asentía con la cabeza, hice lo que cualquier ser humano: me emputé.
—Caballero, tuve un mal día, soporté a una cantidad mayor de gente, mucho mayor que la que lo vienen soportando a usted, y no estoy de ánimos. Deje de estar chingando ¿Qué culpa tienen las chicas o yo de sus broncas?
—Yo no tengo ningún problema, pero si para usted lo es, entonces sería bueno que se acercara a la igles...
—Si, bueno, no quiero.
—¿Ya ven?, así se comporta una sociedad perdida, una sociedad por la que debemos orar...
—Señor, ¿y si mejor deja de estar chingando la madre? Deje que cada quién haga de su culo un papalote, usted no preste atención si no le avisan.
Entonces se mete la señora.
—Oiga joven, no sea grosero, el señor viene predicando la palabra, no le está insultando...
—El grosero es el señor, si usted quiere hablar de respeto dígale que deje de andar mamando con sus pendejadas, las chavas vienen sin decir nada y el señor insinúa mil cosas sin saber ni pío. Además no acepto pinches criticas cagadas de alguien a quien en mi chingada vida le pediría un consejo.
El hombre, indignadísimo, voltea a ver a las chicas y les pregunta si las ofendió. Una de ellas responde que sí y que por favor se calle. El señor, voltea a ver a los pasajeros y prosigue...
—¿Ven? A eso me refiero...
Antes de que termine su oración, oprimo el timbre para bajar, no sin antes soltar un "Oooh que la chingada".
Bajo y noto que las chicas bajan también. En el colectivo, que toma rumbo, se va la homilía. Tomo un taxi y llego a casa. Ahí, en la casa de mi hermana y mi cuñado, sentadita viendo la liga de la justicia, está mi mamá. La abrazo y le beso la frente. Me pregunta si ya cené y le respondo que sí, aunque fuese mentira. Cinco minutos después tenía un par de huevitos estrellados frente a mí, compartiendo la cena con mi familia y no encuentro algo más cercano a dios que eso.
Amigos, con esto concluyo, un consejo: háganle un favor al mundo y traten a las personas como se merecen, no como ellas creen que lo merecen. Lo mismo con ustedes. Ser buena onda es gratis, no se pasen de verga.

19.12.18

El Zarco

Estoy en una esquina viendo a la gente pasar. Un perrito husky pasa apresurado frente a mí y lo sigo con la vista, se detiene de golpe para oler la cola de una perrita callejera. La rodea, la huele. Está visiblemente nervioso. Pasados unos minutos, después de insistir un poco, el perrito termina por montar a su compañera casual. Apenas veo el acto y volteó a ver hacia otro lado, con cierto pudor y una vergüenza que de tan tenue me hace sentir estúpido. Veo de reojo y me gana la valentía de voltear la cabeza con dirección a los caninos cuando noto que se han separado. El husky se aleja de su compañera un poco, se sienta, levanta una pata trasera y comienza a lamer sus genitales, los limpia a cada lengüetazo delicado que les da. Entonces se escucha la voz de una chica a la distancia. Alguien busca a un tal Zarco. Volteo a verla y ahí está ella caminando hacia la esquina en la que estoy. Es linda. Chancletas, unos shorts de mezclilla, y una blusa de tirantes que deja ver el pequeño surco de un pecho blanco. En realidad es un puto ángel. Algo interrumpe la imagen de esa muchacha, es el husky que pasa frente a mí, de regreso, va corriendo hacia ella, contento, juguetón. Ella ilumina al mundo con una sonrisa preciosa, se agacha y el perro la embiste cariñosamente, lamiéndole sin contemplaciones el cuello, el pecho, la boca, la cara en general. Ella lo abraza y le ordena muy contenta que se meta a la casa. Estoy ahí, parado, fumando como lo haría un hombre misterioso, con las gafas puestas, en silencio, observando con asco y admiración lo que sucede. Ella, la preciosura fodonga se mete al domicilio, y atrás va el Zarco. 
          Antes de entrar el perro se detiene un momento, voltea a verme, se relame el hocico -como en señal de burla- y después se mete a la casa sin ningún tipo de remordimiento. Acto seguido, con la misma serenidad de un hombre que cree haberlo visto todo, intento hacer un paralelismo con el amor, pero no puedo. No puedo. Mejor acabo el cigarro y regreso a trabajar limitándome a no decir una chingada.





 y luego está tu geografía: tus estrías, tus gorditos, tu muela picada, tus dietas asesinas, tu eterna pelea con la báscula. Te quiero así, menos Scarlett, menos Audrey, menos Salma y más de los dos. Alguien me ha curado de espanto contigo, ramito de imperfección, con un poco de alcohol, con una foto tuya, una libreta vacía y mi corazón saliendo de una pluma fuente.

Ya está listo el café, corazón ¿una o dos de azúcar?

14.11.18

Carta a Cosmopolitan


A quien corresponda.


Muy estimados amigos, miembros del equipo editorial de la prestigiosa y longeva revista Cosmopolitan: escribo este mensaje con el afán de solicitarles algo que seguramente atenderán a la brevedad por lo urgente de la situación, y por tratarse de un tópico que refiere a la vida de quien les redacta este humilde texto. Estoy seguro de que tomarán cartas en el asunto con la importancia que se merece.

Hace unos días estuve de visita en una tienda de autoservicio y me puse a ojear una de sus revistas, he de señalar que la calidad con la que realizan su trabajo es tremenda y que seguramente cada uno de ustedes, quienes la integran, son personas de altísima capacidad, sin embargo, en uno de los apartados de la publicación pude leer algo que me alarmó de sobre manera: Según el horóscopo chino que nos hicieron el favor de publicar, yo soy dragón y la mujer con la que me casaré es rata. La compatibilidad de nuestros signos dependen directamente de mi grado de fidelidad y eso, según expertos citados en la publicación, es muy poco probable con tipos como yo, que nacimos malditos con el signo de la lujuria y el gusto por las cornamentas. Me preocupa, porque no quiero perderla. Ella que confía en mí, y que hasta me considera un tipo interesante, no sabe lo que el horóscopo chino está dispuesto a contar. ¿Cómo le explico que la cultura Chop suey se equivoca y que en ella, en su nombre, en su cara, en sus lunares, encuentro todas las canciones de Luis Miguel digeribles y hasta bailables? ¿Cómo le hago saber que los juguetes que tuve en la infancia me orillaron a confiar más en los niños esclavos de Taiwan que en un maldito "made in China" y que bien puede ser la revancha de un grupo de asiáticos anti-nupcias?. No quiero llegar del trabajo un día, entrar a la cocina y verla sentada en el comedor, en silencio, con la mirada vidriosa y los ojos hinchados de tanto llorar, para luego decirme "siéntate, quiero hablar contigo", porque entonces tendría que sentarme y preguntarle "¿Qué pasa, mi vida?". Ella me pasaría su Cosmopolitan y me pediría que lea letra por letra lo que la compatibilidad rata-dragón describe. Yo me quedaría absorto, sabedor de que lo inevitable me ha alcanzado, y aunque nunca pensaría en serle infiel, no habría argumento sostenible para refutar un combo Cosmopolitan-Sabiduría China. Entonces mi vida terminaría con un "¿Tú lo sabías, Fabian?", salido de su boca.

Ella no lo sabe, y a ustedes poco les ha de importar, pero mi temor por perderla radica en que por sí sola, por estar, es todo lo que mi vida necesita, mi pareja de baile y la diana en donde dejo caer los piropos dominicales. No quiero verla llorar y, por supuesto no quiero que una bola de chinos locos vengan a decirme que lo nuestro no puede ser. Es importante decirlo: no le platico mucho sobre lo increíble que me resulta el lucero negro de su mejilla, o lo bien que le va ese tinte en su cabello, porque me conoce. Sabe que soy un tipo sencillo y mi cariño se lo doy cuando escribo sobre ella, cada que vamos a reuniones con sus familiares, o cuando dejo de ver los partidos del Cruz Azul para ir al cine por una nueva película de Nolan, tomado de su mano.

Mi vida comenzó a finales del 88, pero el destino comenzó a correr para alcanzarme ocho años después, en el 96, en un sitio donde no pertenezco con una mujer a la que decidí pertenecerle, con la primer carta que le escribí y que aún conservo y para leerle el día de nuestros votos. Les anexo el brevísimo texto, para que se den una idea:

"Este es el primer día de mi vida. En tus ojos habitan los únicos testigos del último acto de valentía al que un hombre pueda someterse frente a ti y esa pistola cargada que traes por sonrisa. Después de esta declaración, sabrás que me gustas mucho y que quiero todo el cariño que puedas ofertarle a un tipo como yo, que está dispuesto a lo inimaginable por una caricia tuya o por un beso en la frente. Si me das la oportunidad prometo ser tuyo, aunque no sea perfecto; prometo decirte las cosas tal cual: que quiero verte contenta, que quiero ser el docente de tu indecencia, que quiero decirte todos los días qué tan bien se te ve esa blusa, esa falda negra, que te ves más bonita en ese vestido que la festejada -cuando nos toque ir al cumpleaños de cualquiera de tus amigas-... entonces no habrán excusas y nos miraremos a los ojos, solo en ese momento comprenderás que no nací para una reina sino para adorarte y ser feliz habitando tus tardes de domingo, haciéndote de comer, sembrando piojitos en tu cabeza mientras duermes, calentando mis manos para ponerlas sobre tu vientre doce veces al año, cariñito distante. Entenderás, por fin, que la vida se encuentra rodeándonos desde aquella tarde en la que viniste en pijama, con tus tatuajes, a tocar la puerta de mi querer, y yo te abrí con la esperanza de que fuera la muerte. Pero no. Ahí estabas, como una especie de testigo, observando cómo la fiesta de mi vida comenzaba desde que supe tu nombre".

Me asusta, me parte en dos, como un perro en fiestas patrias, saber que un día el horóscopo de esos malditos, expertos en gimnasia artística, volcará en contra mía y mis ganas pendejas de envejecer con ella, solo porque Marte no estaba perfectamente alineado con Neptuno, aunque el ascendente en Venus estuviese en la posición justa para que ustedes vengan y despedacen años de esfuerzo por sostener una relación que, si bien no es perfecta, le otorga funcionalidad a nuestras vidas. No quiero que ella, días después de mandarme al diablo note que su exnovio hippie de la prepa, cuyo signo es Perro, solo por haber nacido en el maldito 1994, sea su pareja ideal y considere con la seriedad como con la que redacto esta carta, volver con él a vivir una vida haciendo pulseritas y tocando el yembé en alguna playa de Cancún o Playa del Carmen. Tomen en cuenta lo que les digo, por favor y no hagan pedazos la única cosa que tengo en la vida que no merece ni una queja. Escribo esto desde el baño de mi departamento, con cierto enojo y frustración, pidiéndoles clemencia: no vuelvan a publicar semejantes cosas. Se los pide de favor alguien que ha seguido sus consejos sobre decoración y que han hecho de este espacio en mi vivienda un lugar agradable y sumamente chic, aunque sepa -y seguramente ustedes también- que solo sirve para tomar un baño, cagar y ver videos de gatitos tocando el piano.

Reciban un cordial y sincero saludo. Fabian Herllejos.




2.10.18

Chequeo


Me siento muy de la chingada y fui al consultorio de la farmacia Similares para que me arreglen el desperfecto. Para mi sorpresa me topé con una doctora súper bonita, que me dijo que debía guardar reposo. Mientras me decía qué cosa tomar y qué no, comenzó a zumbarme el oído y mi vista se nubló. Un flashazo.

- Señor Herllejos, lamento decir que su situación no es nada sencilla. Me preocupa. De acuerdo con los análisis que le he realizado, es muy probable que usted tenga alguna enfermedad terminal.
- Usted cómo se llama.
- Me llamo Dilery, señor Herllejos.
- Dilery, déjeme ver si estoy entendiendo a cabalidad...
- ... adelante. Pero por favor, señor Herllejos, deje de llorar.
- Lo siento. Es que es difícil asimilar esto... Usted una mujer tan bonita y ¿sin esposo? ¡Esto no puede ser otra cosa que una obra del destino!
- ¿...perdón?
- Le invito a tomar un café, hoy.
- pe... Disculpe, ¿sí me escuchó? Está usted enfermo.
- Bueno, si no puedo tomar café entonces que sean unas cervezas.
- No creo que entienda la gravedad de este asunto...
- Claro que lo entiendo. Es usted la que no entiende.
- ¿De qué me está usted hablando?
- De lo urgente, Dilery. Pasé tanto tiempo buscándote y hoy que te tengo de frente no quisiera perder la oportunidad de tirar por la borda los años de vida que me quedan si no es contigo.
- Meses, señor Herllejos... Le quedan meses.
- Lo que sea, pero contigo.
- ...
- Lo digo muy en serio.
- Señor, tiene una enfermedad terminal y me pide que salga con usted ¡A mí! que le acabo de dar la mala noticia (?).
- Si no te mata un poquito, entonces no vale la pena.
- Me encanta su actitud. Vamos por ese café...
- ¿En serio?
- Sí, soy emocionalmente dependiente, así que estoy acostumbrada a las relaciones sin futuro. Y como a usted no le veo mucho, jajaja, pues da igual.
- Me re-fascina la idea.
- Además, salir con alguien que tiene un pie en la tumba... no cualquiera.
- Perfecto. Entonces te veo a las ocho.


Siento de nuevo el zumbido y la vista se me nubla otra vez. Flashazo.

- ... Así que no es grave pero debe guardar reposo...
- ...
- ... Ehmmm ¿Señor Herllejos?
- ...Sí, perdón doctora.
- ¿Se siente usted bien? ¿Gusta que le cheque la presión?
- No, gracias, doctora.
- Disculpe ¿Podría alejarse un poco?
- Sí, sí, lo lamento...
- Y la mano, señor Herllejos... ¿Podría soltarme la mano?

20.2.18

La sonrisa de Diana


Suena el teléfono, pero ninguno contesta. Abraham es feliz cada que habla con Diana sobre una vida a lado de ella y no quiere ser interrumpido. Es el hombre más dichoso en el mundo cada vez que la ve caminar desnuda por el cuarto. La conoce desde hace años, y sabe que no hay otra persona en su vida que lo haga sentir pleno son solo sonreír. La quiere. Sabe que Diana lo quiere también y que su esposo es un total imbécil.

            Él sabe lo que quiere porque desde pequeño aprendió a esforzarse para conseguir lo que se propone. Es un caballero y está consciente de ello. Tiende a ser perfeccionista y a realizar su trabajo con paciencia y dedicación. Es por eso que Diana no lo quiere fuera de su vida; está segura de que si no hubiese conocido a su esposo antes que Abraham, seguramente estaría casada con el hombre que la ve desnuda, desde la cama, con una sonrisa y diciéndole cuán bonita es. Seguramente sería mucho más feliz, seguramente sonreiría más. Pero no. Está casada con un hombre celoso, dispuesto a acaparar cada espacio de tiempo que Diana tiene libre, para emplearlo en charlas sobre su madre, o su trabajo, o en discusiones absurdas que regularmente terminan en bofetadas que ella recibe sin decir una palabra. Abraham lo sabe, pero su condición de amante le impide emitir una opinión al respecto.

            Ella entra al baño y abre la llave de la regadera. Tiene especial cuidado de no mojarse el cabello y comienza a lavarse el cuerpo con un jabón invisible, para quitarse el olor a sudor que produce el roce entre dos cuerpos. Abraham, aún recostado, enciende un cigarro, toma el celular y escribe despreocupadamente. Está contento. Sabe que ha hecho bien.


            Diana sale del baño, un poco húmeda, y con la ropa interior puesta. Le sonríe a Abraham, se acuesta y le da un beso en la mejilla. Es el turno de él para entrar al baño. Deja que el agua caiga sobre él y repasa los detalles mentalmente: pocasangrecerohuellasarmabienescondidasintestigos. Todo bien. Vuelve a sonreír. Sale del baño y observa a Diana ya vestida. Siente ternura y, tal vez, un poco de lástima por la impresión que ella tendrá al llegar a su casa. La limpieza del lugar y la crisis que su amada va a sufrir es lo que le preocupa y no tanto el cuerpo del imbécil que ha dejado de serlo. Diana le pregunta a quién le ha escrito hace rato. A mi mujer, me pidió de favor que pase por los niños a la escuela. Ella sonríe y él se acerca para besarla. Suena el teléfono nuevamente y Diana contesta. El tiempo por el servicio de la habitación ha terminado.




Maniobras de escapismo



Si salgo de esta resaca, mi vida, prometo no volver a enamorarme de ti. Prometo no volver a besar tus patologías suicidas con mi boca Beretta. Juro que no voy a llorar ni hacer un solo gesto que me delate. No voy a salir al patio, como el niño que fui, a decirle adiós a los aviones que llevan tus manos nerviosas, tu risita de chamaca traviesa.

Prometo guardar la calma cuando un incendio visite las fotos en donde salimos tu y yo, por culpa de mi mano y el encendedor. Haré lo que esté a mi alcance para no romper todo lo que que esté a mi alcance, en caso de que una emergencia con tu voz y un "te quiero" se presente.

Si salgo de esta, cariño, no pienso usar repeticiones, ni llamarle poema a la cazpa que caiga sobre la libreta cada que piense en vos. No voy usar regionalismos, rimas, ni versos en inglés para poder decir que estoy en outside when i talk to everyone about us.

Aprenderé a ver los pájaros en el cielo y a observar las flores. Prometo aburrirme y asquearme de los detalles que hacen a este mundo más sobrellevable sin ti.

Si salgo de esta, si salgo bien librado, mi vida, prometo entregarle mi fealdad, mis chistes, mis ganas de escribir o mis ganas de salir a comer barbacoa en domingos, a alguien más. Amaré a otra persona y le contaré sobre las películas que no compartí, ni presumí con nadie. Dejaré sobre sus manos el cansancio que traigo en mis ojos, mis canas, o en la vida, para después anudarlo en mis ganas de volver a verte. Escribiré sobre ella y sobre el tiempo en donde al amor lo apodé con nombres como el tuyo.

Si salgo de esta, chaparra, dejaré de escribir a estas horas en los camiones, dormiré en paz y la oscuridad servirá para descansar y no para ocultar las lágrimas de un hombre que le teme a la idea de despertar al siguiente día. Lo diré de una puta vez: te voy a olvidar, aunque me cueste toda esta viacrucis.

Lo juro.