El nuevo inquilino se armó una peda monumental hace cuatro días y repitió 14 veces Guadalajara. El pinche mariachi de Tecalitlán era la orquesta de ese Titanic que fue mi vecino, y que se hundió entre gritos muy mexicanos y cerveza Sol, a eso de las dos de la mañana. Por un momento creí que mi vecino era algún migrante deportado, y que su festejo era por haber vuelto a su país o yo que sé. Traté de encontrar la manera de justificar su peda patriótica en abril o de inventarme sus razones.
El inodoro de la Real Academia
anecdotario de fabian herllejos
23.1.23
confesión
Fumé un pipazo antes de subir al colectivo. El no pensar en las consecuencias me tiene al filo de la vergüenza: La pipa viene bien hedionda y mis "buenas noches" a las dos de la tarde, al subir al colectivo, son delatores de mi pasado aún humeante y oloroso.
— Fabian ¿Alguna vez has tirado un piropo?
Hoy acudí a un centro de trabajo para hacer una verificación. Antes de entrar al domicilio saludé a un señor viejo, moreno y con un par de brazos que hacían juego con lo que estaba haciendo: un muro que convertiría el patio en garage, el del centro de trabajo. Sus tatuajes tenían esa estética que le advierten a uno no hacer alguna pendejada.
Dos cosas
— ¿Bueno?
En un día común como este, sobre una mesa de blancos manteles comunes, un hombre común ha dejado caer una porción de tinga de pollo. La tostada se parte y se escucha claro el crujido de una puerta que la vergüenza abre. Ahí va cayendo la comida, con lentitud artística, siendo lo que es: una partícula suspendida en el infinito, materia a disposición de la gravedad y la expresión gráfica de lo que es ser redondamente pendejo. El viaje largo de la tostada a la mesa de blancos manteles comunes, tiene como adorno a un hombre negado a la verdad, un hombre común que cierra sus ojos, un hombre que -conforme la comida cae- va dejando de serlo para convertirse poco a poco en el gordo torpe de la mesa.
— ¿Podría contarme?
— Son las tres de la tarde, en un día caluroso de diciembre. Ella voltea a verme. Estoy a su costado casi en la misma posición que ella, en la misma cama. Qué chulo imaginarlo. Me dice que cuáles son los términos y consecuencias de lo que estamos a punto de hacer. Yo le digo, sin despegar la vista del techo, que no importa. Nada importa demasiado. Los dos lo sabemos, Ale en calzones negros y yo en sintonía con el cosmos.
Ora pues, lo hagamos, dice mientras se da la vuelta y deja sus pompas güeras de cara al cielo. Yo la beso, ella de pronto se me sube, como muertito, me dice que estoy muy serio, se sonríe coquetamente, y todo lo demás es puro cuento.
7.4.20
Pequeño canto clásico al clásico pequeño andar
23.3.20
Las consecuencias
7.1.20
Carta abierta a mi persona favorita en el mundo (que un día decidió irse con su persona favorita en el mundo)
14.11.19
Una sola Ilse en el mundo
- ¿Y ella quién es?
- ¿Quién es, quién?
- Hace rato mencionaste a "Ilse" para después hablar de tu salida de la carrera y de los procesos que pasaste después de eso...
- Ella era mi prometida en aquel tiempo
- ¿Y por qué no habíamos platicado sobre ella?...
Entonces me asalta el recuerdo que tengo, me quedo en silencio y antes de hablar sobre Ilse se me comienza a bajar la presión, el aire comienza a faltarme, empiezo a sudar, y no puedo contener el espasmo que sufro justo en la boca del estómago. Así comienza este texto, con una serie de preguntas que me hacía la psicóloga una tarde de hace ya algunos meses y que hoy, por culpa de mi desorganización digital, traigo al presente. Solo había hablado con una persona de eso, hasta ahora. Esta mañana estaba buscando un textito que escribí y que quería editar, y acudí a una memoria usb que tengo desde hace bastante, la busqueda me llevó a una carpeta que contenía un solo archivo y al abrirlo ahí estabas tú, en una imagen de 107 KB. Quedé viendo la foto largo rato, fijamente, y recordé la escena de esa fotografía, el motorola con el que la tomé, dónde y porqué estábamos, y de pronto me asalta la escena frente a la doctora, esa en donde me encuentro vulnerable y pidiendo que abandonemos el tema por la falta de valor para hablar sobre el tema.
Ella era Ilse, era mi novia y la foto la tomamos el día que le propuse matrimonio. Solo me queda esta foto de ella. En aquellos años la distancia con mi familia era abismal y por ende nunca les conté sobre Ilse, porque nunca busqué ni he buscado la aprobación de nadie, así como tampoco busqué la de sus padres. Habíamos decidido hacer una vida, y yo estaba por sacar la ingeniería. Tenía un trabajo asegurado. Ella estudiaba turismo y sus aspiraciones eran grandes. Sabía que mi condición económica no era la mejor, pero siempre me apoyó y mis promedios en la carrera me habían impulsado para algo que figuraba como un buen futuro en una empresa transnacional.
A ella la conocí cuando llegué de colado a su fiesta de cumpleaños, junto con otros cinco amigos, en donde bailé con ella sin saber que era la festejada, y me enseñó a desconocer la soledad una noche de cumplemes, en la que llegué a su casa para ir por Sushi, y descubrí que en su salita ella había transcrito y colgado varios de los poemas y textos cortos que tenía en una libreta vieja y mal tratada de la prepa. Aquella noche me preguntó sobre los textos y el porqué del no haberle dicho sobre eso, respondí con pena que había dejado de escribir desde el día en que mi padre fue a reclamar por un cero en la clase de redacción (en aquellos años no me gustaba hacer las tareas, pero salvaba los semestres con ensayos y exámenes. Para mi desgracia, en aquel parcial ni ensayos ni exámenes tenían validez para la materia); cuando le dijeron el porqué de mis calificaciones, mi viejo pidió, frente a la clase y sin quitar la mirada de furia de mis manos, la libreta en donde llevaba los apuntes de la asignatura. Las vio abrir la mochila, sacar la libreta y cómo le llevaba la libreta. Cuando vio que el contenido, lejos de traer definiciones o ejemplos de modos subjuntivos en tiempo pluscuamperfecto -por decir algo-, era un poema sobre las manos de mi abuela, me arrojó la libreta a la cara, frente a todos y me sacó de clase. Ilse no dejó que terminara la historia, me abrazó y comenzó a llorar. Yo no lloraba por la historia, hasta me parecía chusca porque de algún modo mi padre me había salvado de la literatura en ese tiempo en que ya tenía la ingeniería por terminar, pero ella no me dejó explicarle nada de eso. Me abrazó y me hizo prometerle que si alguna vez quería escribir que lo hiciera. Entonces todo se volvió un hogar con ella, en sus brazos, en su risa.
El último mensaje de texto que recibí de ella fue un “te amo mucho, no veo las horas para tocarte el ass” JAJAJAJAJA. Tenía una forma brutal de hacerme reír. Ella había ido de visita a casa de sus padres para darles la noticia de que nos casaríamos y de lo bien que nos hacíamos el uno al otro. Venía de vuelta a Tuxtla. El plan era que viniéramos a la casa, para dos cosas: presentarla ante mis padres y de madrazo soltarles la noticia del compromiso. Yo no la pude acompañar a su ciudad porque estaba en exámenes finales e insistió en ir sola para decirle a sus padres. La esperé en la parada de camiones de la universidad, ella pasaría por mí, venía en su coche. La cita era a las cuatro, pero no llegó. Sufrió un accidente en carretera, y me enteré de su fallecimiento a las siete, aún en la parada, con un ramo de margaritas que le había comprado. Un camión de la coca cola había impactado de frente contra el coche de Ilse; todo había sido rápido y fulminante. Una voz metálica, con el tono de voz de su mamá llamó desconsoladísima para darme la noticia. Yo solo me senté en la acera de la banqueta y me puse a llorar… lloré, lloré y lloré como nunca, en silencio, como supongo que debería llorar alguien que pierde a su futura esposa. A ella le gustaba mucho decir que yo era un tipo grosero y hasta feo, y que jamás me hubiera hecho caso si no fuera porque la hacía reír y porque siempre había algo por decir entre nosotros. “Eres mi Brad Pitt en gordo y no hay una sola Ilse en el mundo que se resista a eso” decía.
Cuando quise ir a verla su mamá y su papá no me lo permitieron. No me dejaron despedirme. Ahí comenzó el desplome de todo. Salí de la carrera en octavo semestre. Me fui de casa. Tomé, tomé y tomé. Mi depresión se hizo un modus vivendi. El amor de mi vida se había ido y yo no tenía más ganas de nada. Hasta que la escritura reapareció en mi vida y tuve cómo sobrellevar todo eso. Tiempo después me contaron que la enterraron con los dos anillos que le di, uno de juguete, que fue con el que le propuse entregarme a ella por el resto de mi vida, y otro que le compré con lo que había ahorrado de mis becas. Estaba por suicidarme. Nunca me sentí más solo. Comencé a soñar horrible y me abandoné de todo. No quería vivir. Pero la vida es una necedad, y el dolor, después de tanto, pasó de ser una etapa a ser una forma de ver las cosas. Ahora que cuento esto, tengo el recuerdo nítido la tristeza y del pánico que me dio saberme solo.
Dos meses después de su partida, comencé a escribir sobre lo insoportable que es la gente, sobre lo idiota que se volvió el mundo después de que se marchó. Cumplí la promesa que le hice una noche de cumplemes, con dos grandes diferencias: la primera es que no lo hacía en ninguna libreta y la segunda era que lo hacía sin ella abrazándome o diciendo cuánto le había gustado lo que escribía o qué tan poco convincente era. Sin embargo, a grandes rasgos, había un cambio que yo no noté sino hasta años después: escribía sin miedo, sin ganas de gustarle a nadie y eso, poco a poco, se convirtió en todo esto que soy. Existen veces en las que los lectores toman una relación tal vez demasiado cercana con el personaje de mis cuentos, y eso a veces da miedo porque sospecho que a veces no se dan cuenta que muchas de las cosas que se escriben llevan consigo un dolor verdadero que arde en los dedos de quien les escribe.
Ella decía que mi mirada era triste y fuerte, nunca entendí por qué me lo decía, pero cuando me vi por primera vez en el espejo, después de su muerte, supe a lo que se refería, frente a mí encontré a un hombre desconocido, exageradamente solitario y desconocido, no volví a ser el mismo. Después de ella tuve una relación que terminó siendo tortuosa y después ya nada. Hoy me vi al espejo y ya me sé reconocer el rostro, pero sigo con aquella mirada con la que me vi por primera vez desde que supe de su accidente. Vivo con el miedo de perder a quienes amo y eso es irresoluble. Ilse, con su partida, de algún modo me enseñó a ver la vida con nostalgia y eso muchas veces galopa en los cuentos que hago, en mi forma de decirle al mundo “hey, no pasa nada, aún queda gente jodida con sentido del humor”. Esa es la zona que nadie o casi nadie ve. Ese es mi lastre, mi oficio, hoy no traigo una libreta de prepa, hoy es el corazón remendado lo que traigo en las manos y sé que no habrá nadie quien me la pueda arrojar a la cara. Si lo dejo en alguien es porque hay fe y porque entiendo que todos tenemos fantasmas, de algún modo u otro. Decía Cerati "poder decir adiós es crecer" y yo, desde hace bastante tiempo, gracias a ella, ya no le temo al olvido.
14.6.19
Las largas distancias
— ¿Para qué llamas?
— Disculpa, es que tengo un problema y no sé a quién llamar.
— No puedes estar haciendo esto. Terminamos hace dos meses.
— Lo siento , solo quería conversar sobre un problema
— ¿Qué pasa? ¿De qué se trata esta vez?
— Es mi jefe, tengo problemas en el trabajo.
— ¿Para eso me llamaste?
— Lo siento, en verdad. Mira, yo sé que nunca fui una gran pareja, pero a veces pienso en ti y es inevitable no marcarte para saber cómo estás, qué haces, qué hay de nuevo y bonito en tu vida. Son esos actos reflejos que a uno simplemente le cuesta dejar atrás...
— Entiendo, pero esto ya no puede estar pasando; ahora bien, lo que me preocupa es que aunque lo entienda a la perfección, no sé si estamos en sintonía, o sea ¿Tú entiendes eso?
— Sí, te lo digo con vergüenza. Lamento si te incomodo. En serio.
— Bueno, tengo pocos minutos, si crees que pueden servirte adelante. Te escucho.
— Mira , en serio, no es para tratarnos así. No estás obligada a escucharme.
— Obligada jamás, pero qué flojera escuchar tus tonterías sobre algo que ni de cerca me interesa.
— Bueno, entonces lo siento. Solo era eso... platicar. Disculpa. Buenas noches...
— ... Oye...
— ... Dime
— Discúlpame.
— ...
— Mira, las cosas no han sido fáciles y últimamente he estado bajo mucha presión y justo me agarraste en un mal momento. El hecho de que hayamos terminado no me da derecho a tratarte así y lo entiendo. Te pido una disculpa.
— No te preocupes.
— ¿Podemos retomar la conversación?
— No era nada importante.
— Por favor, no me hagas sentir peor, cuéntame. Era algo sobre tu trabajo. Anda cuéntame.
— Nada, era solo un pretexto, mi jefe ya se dio cuenta de que lo trato como un pendejo.
— Se tardó un poco ¿No crees?
— Es probable, pero así son los pendejos. No tienen un cronograma para agendar el descubrimiento de su condición. Lo normal.
— JAJAJAJA Siempre con tus cosas ¿Y lo sabe su mujer?
— No lo sé, pero algo es seguro: si no se ha dado cuenta puede que también padezca idiotismo.
— Jajajaja, ¿Cómo has estado?
— Solo, Karla. Inimaginablemente solo.
— ...
— No te sientas comprometida a decir algo. Es solo que a veces me da por marcarte, aunque muchas de esas veces termino por colgar antes de que salga la llamada.
— Ya debiste eliminar mi contacto. Esto no es bueno para ninguno de los dos.
— Lo tengo de memoria. Esa es la parte triste ¿Sabes?
— ¿Qué cosa?
— Saber que nunca recordaste mi número o mi fecha de cumpleaños...
— Siempre fui mala con esas cosas, lo sabes.
— No es un reclamo, es solo una forma de entender que a pesar de todo, de olvidarte a veces de mis cosas, tuviste tiempo para cuidar de mi padre cuando enfermó, o de mi madre cuando enterraron a papá. Y yo aquí albergo detalles que no pude quitarme de la cabeza, y es que lo triste se encuentra en ese punto, en estas formas que tienes de venir a mi cabeza por las noches, en forma de un número de teléfono o en forma de un recuerdo recurrente, casi siempre sonriendo.
— No sé qué decir. Me alegra saber que notaste todo eso, que no todo fue en vano, aunque las cosas al final no funcionaran.
— ...
— ... ¿y... y qué más me cuentas?
— Ya sabes, estos meses no han sido fáciles. Tuve uno o dos golpes de suerte en el trabajo y las cosas por fin toman rumbo, uno desconocido y un poco gris por todo lo que rodea nuestra ruptura, pero es un rumbo al fin y al cabo.
— Me alegra muchísimo, no todo, pero qué bueno que por fin encontraste, como dices, un "rumbo"
— Oye, me gustaría salir a charlar un día de estos, no sé, tal vez salir a tomar un café.
— No puedo, lo siento.
— ¿Es por tu trabajo? Puedo acomodarme a tu agenda
— Estoy saliendo con alguien más
— ...
— Lo siento, es que... discúlpame.
— No, no, no te disculpes.
— Es que...
— Insisto, no te digo esto para que te sientas mal o como para ponerte entre la espada y la pared, sino para que entender mejor las cosas. Comprendo el porqué no puedes ir por ese café y no sabes cuánto envidio a quien está contigo.
— No somos nada aún.
— Peor para mí, me siento como un idiota.
— No, por favor, solo nos estamos conociendo, ay dios. Es que no sé ni qué...
— Tranquila, mira no voy a juzgarte, no tengo ni una razón valida para hacerlo. Me siento un idiota por lo evidente, por lo que estoy siendo en este momento: un estorbo.
— No eres un estorbo, no quise decir eso, no digas eso.
— Karli, corazón, nunca adorné las cosas contigo y no pienso hacerlo ahora, seamos honestos y aceptemos que estoy siendo incómodo para lo que intentas con alguien más.
— Es que sé que es poco tiempo lo que ha pasado y me da vergüenza contigo, no sabes cuánta.
— No te preocupes, después de todo nada se puede hacer en estos casos ¿Cierto?
— Es que, si tan solo estuvieras en mis zapatos.
— No hace falta ser un genio para entender que todos somos independientes de elegir con quién estar, y lo entiendo, Karli, te entiendo como jamás lo había hecho.
— Dime una cosa ¿Me extrañas?
— Sí, todo el tiempo, chatita.
— Yo también suelo hacerlo, extraño el aroma de tu cabello al despertar, o la forma en como me decías Karli, a la hora de entrar al estudio solo para invitarme a cenar.
— Je, me gustaba hacerlo.
— ¿Qué nos pasó?
— Lo que le pasa a todos: cambiamos.
— Me parece que tú no lo has hecho y eso es lo que me intriga.
— ¿Por qué lo dices?
— Porque cada que llamas tienes esa forma particular de hacerme sentir querida, aunque hablemos, como esta ocasión, de algo que parece irremediable como lo nuestro.
— ¿Parece?
— Sí, parece. Haces que considere ir a ese café contigo.
— No sabía, lo siento.
— No tienes porqué hacerlo
— Claro que sí. Aunque quisiera no podría ir a ese café.
— ¿Qué dices?
— Ya no vivo en México. Me mudé a Montevideo dos semanas después de que terminamos. Renuncié a mi trabajo a los dos días de habernos dejado. Entendí perfectamente que no podía tolerar a nadie si no era contigo, Karla. Por fin terminé el libro que comencé a redactar en nuestro último aniversario.
— ¿Esto es una mala broma?
— No, te dije, solo te hablaba con el afán de escucharte y saber cómo te va, es lo más sincero que he hecho en estos dos meses. Así como decirte que no puedo contener las ganas de abrazarte y que me digas que todo estará bien.
— ¿Estás en Uruguay?
— Sí.
— No entiendo ¿Entonces para qué me marcas? ¿Para qué me pides ir por un café?
— Es sencillo, Karli, yo no pensaría tanto en ti si estuvieras conmigo, eso es un hecho. Pero estás tan lejana que las largas distancias agigantan tu recuerdo y poco a poco te he convertido en un dolor constante, en algo que no puedo definir con precisión. No tenía contemplado que aceptaras ir por ese café, solo quería tener en mi cabeza esa forma peculiar de hablar que tienes, que aún a pesar de los años o de la distancia, me sigue teniendo al borde de la felicidad. ¿Estás enojada?
— Estoy... ¿confundida?
— Tampoco sé cómo sentirme.
— No sé cuánto tiempo estés por allá, pero ven, vamos por ese café y hablemos. Anda.
— Por favor, no llores.
— Es que... ¿Cómo puede estar pasando todo esto?
— Ya te dije, Karli, cambiamos.
— Hay cosas que no cambian, nunca quise que lo nuestro lo hiciera.
— Debía suceder, supongo. Te amo y que de eso no te quede duda, te extraño como no tienes idea, pero no podríamos estar de nuevo juntos, eso también es una realidad.
— Deberías estar aquí para leerme un cuento de ese libro.
— Ya lo sé, por lo pronto debo colgar.
— ¿Mañana qué harás? ¿Puedo marcarte?
— No tengo celular, te marco desde el número de casa. No me lo sé.
— ¿Hay alguna otra forma de comunicarnos?
— Es probable, corazón.
— ¿Qué harás en la mañana?
— Iré a la cafetería que queda frente a la plaza de armas, leeré el periódico, iré al trabajo, y saliendo, a eso de las cuatro o cinco, pasaré al mercado a comprar un poco de pescado y verduras. Después a la casa a leer un poco y a seguir escribiendo.
— ¿Solo?
— Como hace dos meses
— Y después ¿Puedes llamarme después de que termines todo eso?
— No estoy seguro.
— ¿Qué harás?
— Dormir, Karli, dormir hasta el día siguiente o hasta que todo esto haya pasado.
Favor de llamar más tarde (fragmento)
"...No me desilusiones, dijo muy seria, y yo le sonreí creyendo firmemente que aquella no sería sino una despedida como las que tienen los hombres comunes, que aman a una mujer de manera sencilla y sin el afán tortuoso de un hasta nunca. Respondí con un te quiero.
Antes de salir por última vez de aquel departamento de la Santa Ana, la última pregunta que me haría sobre ella me asaltó ¿No me desilusiones, o no me des ilusiones? ¿Qué fue lo que me dijo Ilse? La conocía bien y sabía que cualquiera de las dos opciones pudieron salir de su boca. Puta, qué pendejo, me dije, y yo sonriéndole. Me di cuenta, en esos tres segundos, en lo que giraba el manillar de la puerta, la abría y cerraba con un click tímido, de cuánto importa el espacio -donde sea- y entendí, con un dolorcito en el pecho, que lo nuestro no sería más. Ella no volvió a escribirme, ni yo volví para cumplir la promesa de amarla hasta la vejez..."
Otra anécdota de colectivo
Hace rato iba en el colectivo y me fue imposible no escuchar lo que decía la chica que viajaba a un lado mío, mientras hablaba por teléfono:
"Wey soy yo, Andrea ¿Qué verga haces? Ya es la una ¿Cogiste con ese wey, verdad? ¡No te hagas pendeja! ¿Te lo cog...? ¡Nooo mames! ¿Estás con él? Estabas cogiendo hace rato ¿Verdad? ¡Por eso no me contestabas! Bueno, ya, me cuentas al rato, báñate no quiero verte 'enlechada', bye..."
Entonces se percata de lo que ha dicho y voltea a verme con cara de encabronamiento, con la idea de que lo he escuchado todo, y yo fijo la mirada hacia el frente. La tensión es tremenda. Los audífonos están en mis oídos. Ella me mira con sospecha, y yo finjo cantar una canción de Axe Bahía, en silencio y con cierta seguridad. "Beso en la boca es cosa del pasatu", es lo que se lee en mis labios nerviosos. Decide dejar de observarme, segura de que no he escuchado nada. Una gota de sudor resbala por mi mejilla y yo solo puedo pensar en lo cerca que estuve de algo peligroso sin estar bien seguro de qué.
Las explicaciones de Silias ( pt.1 Ser parte de la realeza)
Ayer, después de comprar unas hamburguesas, Silias y yo decidimos tomar unas coronas de cartón a la salida del Burger King. Nos dirigíamos al trabajo, cuando comenzó la charla más esperanzadora en la que me haya enfrascado en mucho tiempo. Me puse la corona y venía con orgullo soberano por la calle.
— Amigo Silias, esto es lo más cercano que voy a estar de la realeza.
— No pierdas la fé, amigo...
— ¿La fe? ¿Crees que voy a ser parte de la realeza?
— ¡Claro! ¡Nunca pierdas la esperanza! Un día puedes encontrar a alguna heredera al trono, mi estimado, a una princesa...
— Jajajaja, no mames.
— ¡Piénsalo! Silias "el magnifico" también es vidente. Dentro de un año, exactamente, vas a conocer a una princesa...
— Estás pendeja
— ¿Sabes cuándo?
— A ver, dime
— El próximo cumpleaños de "el negro", allá por La Parrandera...
— ...me interesa escuchar esa pendejada, por favor continúa.
— mira, dentro de un año, estaremos festejando un cumpleaños más de " el negro" en La Parrandera. Tú irás especialmente guapo esa noche. Después de tomar una botella de esa mierda que toma Arturo...
— ¿Bacacho?
— Bacacho, Bacardi, meados o mierda, como gustes llamarle, es lo mismo. Después de tomar la primer botella, el antojo por un cigarrillo nacerá de tu interior. Así que saldrás a comprar uno con el chiclerito de la entrada...
— Ya la cagaste, siempre ando mis Luckies cuando salgo a algún lugar en plan de desmadre, para evitar gastar así...
— espera, asno, es que lo que tú no sabes es que Silias "el magnifico" comprende cómo funciona el destino. Se te antoja un puto cigarro Marlboro, lo enciendes y justo cuando das la segunda calada, escuchas a alguien gritar. Es Domingo. Volteas a ver y solo observas a una doncella, a un ángel, correr desesperada, pero sin perder la elegancia, hacia ti. Viene levantando su hermoso vestido azul pastel para no mancharlo.
— ¿Ella es bonita?
— No lo sé, tú la vas a ver como un ángel, tus gustos tu pedo... Solo ten la seguridad de que yo no la voy a criticar amigo...
— Eso está un poco pendejo, pero lo tomo ¿Por qué grita la doncella?
— porque atrás de ella vienen dos gorilas, amigo. Dos putos gorilas de dos metros.
— Mames...
— Entonces ella te encuentra y se oculta detrás de ti. Tú ves la escena y preguntas a sus perseguidores "Disculpen amables caballeros, he notado que persiguen a esta damisela, ¿a qué se debe, si no es mucho intervenir en sus importantísimos asuntos?" Entonces ellos te van a responder toscamente, como lo haría alguien que arregla las cosas a mordidas o a golpes "Cachamos a esa hija de la verga echando coca en el baño"...
— ¿Cocaína? ¿Una doncella?
— Sí, porque es una princesa que se mete cocaína.
— ¿Y porqué alguien de la realeza se metería cocaína?
— Porque sus papás son estrictos y nunca la han dejado ser feliz, por eso ella se escapa los domingos, cuando todos duermen en el castillo, para salir a Baruva a consumir cocaína y a tomar... Hmmm... Una botella de Black & White con sus ocho aguas.
— Los domingos son de barra libre para ellas...
— Pero es de la realeza. Debe portarse como mamona...
— Cierto...
— El chiste es que te dicen los gorilas "Cachamos a esa hija de la verga echando coca en el baño" Entonces decides enfrentarte a duelo con ellos. Extiendes tu pañuelo para que la princesa se limpie el polvo con sangre que escurre de su nariz perfecta.
— ¿Entonces me agarro a putazos?
— Sí, pero no voy a entrar en detalles porque no se me ocurre cómo cagada madre le ganes a ese par de changos golpeadores mamados. Al final tú ganas y la doncella te pide que te quedes a tomar el resto de la botella con ella, porque sus amigas ya se fueron...
—¿Por qué?
— Porque sus hijos entran a las siete, obvio. En fin, ella se enamora de ti, y listo, ya eres parte de la realeza.
— y ¿princesa de dónde es?
— De Yajalón... O no... Es princesa de la república independiente de Chicoasén. La presa es parte de su reino y el río Grijalva sirve para que naden alegremente los cocodrilos que cuidan de su castillo.
— Ok, amigo, fe intacta. El siguiente año me vuelvo principe.
— Tú solo confía. Ahora sí, a ver, la tuya y la mía tienen queso. Hay una que no...
— ¿Y cómo vamos a saber cuál es cuál?
— Usted confíe, su manestad, usted confíe...
Otra anécdota de colectivo
Me preguntaron si estaba enamorado, porque no he parado de sonreír en todo el puto día. Esta sonrisa, amigos míos, la tengo por una mujer, una mujer que se pasó chingando a la marrana en el colectivo, señora que hacía muecas a la hora de rolar el pasaje, que sentó sus anchas caderas y pronunciadas piernas encima de una viejita, señora que no paró de ejercer presión sobre el chofer a partir de oraciones que empezaban con "Inútil sos, colocho¹" y derivados. Esta sonrisa es porque al bajar, después de pendejear al chofer por última vez, a la señora se le quedó la chancla dentro del colectivo. El chofer, que al parecer no era ningún pendejo (y si lo es, es uno muy perverso), cerró la puerta y abriéndose paso entre un sonoro "¡hey pinche inútil, mi chancla!" Emprendió la marcha sin mirar atrás. Esta sonrisa, no me queda duda, la comparto con los otros ocho pasajeros que seguramente se sienten en paz, satisfechos, y tienen como trofeo la imagen de la chancla duramil en el pasillo de ese colectivo. Buenas tardes.
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El abuelo Herllejos
Domingo 10 de Marzo. Año 2052 d.c., casa del abuelo Herllejos. Martincito Herllejos, metalero greñudo, toma el teléfono y le marca a la chica cristiana que le gusta.
— ...y si no tienes planes pues podemos hacer algo acá en la casa de mi abuelo. Tiene Netflix, vemos una serie. Si nos hace falta algo pues el oxxo queda cerca, vamos por unas cervezas y de paso pedimos unas pizzas. Algo tranquilo para que la pasemos a gusto. No, no, de todos modos mi abuelo se la pasa durmiendo y si no se duerme le doy sus chochos para que no haga pendejadas como la última vez. No te preocupes, mis papás van a salir a hacer mandados y no quisiera quedarme solo, además no pensaría nada malo de ti, eres una niña muy linda y no quisiera que veas en esto un pretexto para...
— No vengas, te quiere coger.
— ¿Pero qué...?
— Compró condones y vaselina el muy mañoso, ya revisé su mochila. Yo creo que te quiere sodomizar...
— ¡Abuelo, cuelga el chingadísimo telefono, puta madre!
Abril 23
Ayer por la noche, después de salir del trabajo, tomé un colectivo rumbo a casa de mi familia, iba envergado —No enojado, EN-VER-GA-DO— por ciertos problemas personales y evité a toda costa cualquier tipo de roce hostil con todos durante el día (porque me conozco y a la menor oportunidad se me sale lo Hernández). Justo cuando puse un pie en el colectivo supe que todo había valido madres, y lo supe porque me había puesto una playera de Cannibal Corpse: un predicador, de esos cuarentones de camisita amarilla y pantalón de vestir café, estaba dando una cátedra sobre la palabra del señor, y yo todo puteado, dispuesto a encontrar la paz en los brazos y en las palabras de mi madre, estaba sentenciado a escucharlo tooooooooodo el camino.
—Miren nada más. Miren nada más lo que les explico: una oveja que pierde el rumbo, es una oveja que dios sabrá encontrar, pero solo si la oveja quiere —dice, mientras yo no aparto la vista del celular, para evitar problemas, pero él prosigue— Joven ¿Usted sabe qué significa la imagen de su playera? —Cuestiona y yo volteo, sabiendo que es inevitable, aunque sea por educación. Lo veo, emperradísimo, y solo le sonrío insipidamente, pero le vale verga y prosigue...— ¿Ven? A eso me refería, estamos malditos por una sociedad que promueve el lesbianismo, el homosexualismo y la falta de fe, personas como estas solo serán salvas si se entregan a nuestro señor.
Mientras decía esto y mientras una señora mucho más grande asentía con la cabeza, hice lo que cualquier ser humano: me emputé.
—Caballero, tuve un mal día, soporté a una cantidad mayor de gente, mucho mayor que la que lo vienen soportando a usted, y no estoy de ánimos. Deje de estar chingando ¿Qué culpa tienen las chicas o yo de sus broncas?
—Yo no tengo ningún problema, pero si para usted lo es, entonces sería bueno que se acercara a la igles...
—Si, bueno, no quiero.
—¿Ya ven?, así se comporta una sociedad perdida, una sociedad por la que debemos orar...
—Señor, ¿y si mejor deja de estar chingando la madre? Deje que cada quién haga de su culo un papalote, usted no preste atención si no le avisan.
Entonces se mete la señora.
—Oiga joven, no sea grosero, el señor viene predicando la palabra, no le está insultando...
—El grosero es el señor, si usted quiere hablar de respeto dígale que deje de andar mamando con sus pendejadas, las chavas vienen sin decir nada y el señor insinúa mil cosas sin saber ni pío. Además no acepto pinches criticas cagadas de alguien a quien en mi chingada vida le pediría un consejo.
El hombre, indignadísimo, voltea a ver a las chicas y les pregunta si las ofendió. Una de ellas responde que sí y que por favor se calle. El señor, voltea a ver a los pasajeros y prosigue...
—¿Ven? A eso me refiero...
Antes de que termine su oración, oprimo el timbre para bajar, no sin antes soltar un "Oooh que la chingada".
Bajo y noto que las chicas bajan también. En el colectivo, que toma rumbo, se va la homilía. Tomo un taxi y llego a casa. Ahí, en la casa de mi hermana y mi cuñado, sentadita viendo la liga de la justicia, está mi mamá. La abrazo y le beso la frente. Me pregunta si ya cené y le respondo que sí, aunque fuese mentira. Cinco minutos después tenía un par de huevitos estrellados frente a mí, compartiendo la cena con mi familia y no encuentro algo más cercano a dios que eso.
Amigos, con esto concluyo, un consejo: háganle un favor al mundo y traten a las personas como se merecen, no como ellas creen que lo merecen. Lo mismo con ustedes. Ser buena onda es gratis, no se pasen de verga.
19.12.18
El Zarco
y luego está tu geografía: tus estrías, tus gorditos, tu muela picada, tus dietas asesinas, tu eterna pelea con la báscula. Te quiero así, menos Scarlett, menos Audrey, menos Salma y más de los dos. Alguien me ha curado de espanto contigo, ramito de imperfección, con un poco de alcohol, con una foto tuya, una libreta vacía y mi corazón saliendo de una pluma fuente.
Ya está listo el café, corazón ¿una o dos de azúcar?
14.11.18
Carta a Cosmopolitan
2.10.18
Chequeo
Me siento muy de la chingada y fui al consultorio de la farmacia Similares para que me arreglen el desperfecto. Para mi sorpresa me topé con una doctora súper bonita, que me dijo que debía guardar reposo. Mientras me decía qué cosa tomar y qué no, comenzó a zumbarme el oído y mi vista se nubló. Un flashazo.
- Señor Herllejos, lamento decir que su situación no es nada sencilla. Me preocupa. De acuerdo con los análisis que le he realizado, es muy probable que usted tenga alguna enfermedad terminal.
- Usted cómo se llama.
- Me llamo Dilery, señor Herllejos.
- Dilery, déjeme ver si estoy entendiendo a cabalidad...
- ... adelante. Pero por favor, señor Herllejos, deje de llorar.
- Lo siento. Es que es difícil asimilar esto... Usted una mujer tan bonita y ¿sin esposo? ¡Esto no puede ser otra cosa que una obra del destino!
- ¿...perdón?
- Le invito a tomar un café, hoy.
- pe... Disculpe, ¿sí me escuchó? Está usted enfermo.
- Bueno, si no puedo tomar café entonces que sean unas cervezas.
- No creo que entienda la gravedad de este asunto...
- Claro que lo entiendo. Es usted la que no entiende.
- ¿De qué me está usted hablando?
- De lo urgente, Dilery. Pasé tanto tiempo buscándote y hoy que te tengo de frente no quisiera perder la oportunidad de tirar por la borda los años de vida que me quedan si no es contigo.
- Meses, señor Herllejos... Le quedan meses.
- Lo que sea, pero contigo.
- ...
- Lo digo muy en serio.
- Señor, tiene una enfermedad terminal y me pide que salga con usted ¡A mí! que le acabo de dar la mala noticia (?).
- Si no te mata un poquito, entonces no vale la pena.
- Me encanta su actitud. Vamos por ese café...
- ¿En serio?
- Sí, soy emocionalmente dependiente, así que estoy acostumbrada a las relaciones sin futuro. Y como a usted no le veo mucho, jajaja, pues da igual.
- Me re-fascina la idea.
- Además, salir con alguien que tiene un pie en la tumba... no cualquiera.
- Perfecto. Entonces te veo a las ocho.
Siento de nuevo el zumbido y la vista se me nubla otra vez. Flashazo.
- ... Así que no es grave pero debe guardar reposo...
- ...
- ... Ehmmm ¿Señor Herllejos?
- ...Sí, perdón doctora.
- ¿Se siente usted bien? ¿Gusta que le cheque la presión?
- No, gracias, doctora.
- Disculpe ¿Podría alejarse un poco?
- Sí, sí, lo lamento...
- Y la mano, señor Herllejos... ¿Podría soltarme la mano?
20.2.18
La sonrisa de Diana
Maniobras de escapismo
Prometo guardar la calma cuando un incendio visite las fotos en donde salimos tu y yo, por culpa de mi mano y el encendedor. Haré lo que esté a mi alcance para no romper todo lo que que esté a mi alcance, en caso de que una emergencia con tu voz y un "te quiero" se presente.
Si salgo de esta, cariño, no pienso usar repeticiones, ni llamarle poema a la cazpa que caiga sobre la libreta cada que piense en vos. No voy usar regionalismos, rimas, ni versos en inglés para poder decir que estoy en outside when i talk to everyone about us.
Aprenderé a ver los pájaros en el cielo y a observar las flores. Prometo aburrirme y asquearme de los detalles que hacen a este mundo más sobrellevable sin ti.
Si salgo de esta, si salgo bien librado, mi vida, prometo entregarle mi fealdad, mis chistes, mis ganas de escribir o mis ganas de salir a comer barbacoa en domingos, a alguien más. Amaré a otra persona y le contaré sobre las películas que no compartí, ni presumí con nadie. Dejaré sobre sus manos el cansancio que traigo en mis ojos, mis canas, o en la vida, para después anudarlo en mis ganas de volver a verte. Escribiré sobre ella y sobre el tiempo en donde al amor lo apodé con nombres como el tuyo.
Lo juro.